
El conocido dicho “Abril, lluvias mil” parece poco a poco disiparse del léxico popular, especialmente si se toma en cuenta lo que ha ocurrido durante esta temporada, pues es precisamente todo lo contrario lo que ha sucedido en estos primeros seis meses, donde las precipitaciones han brillado por su ausencia, generando un halo de duda acerca de qué tan potente es el cambio climático.
Pero acá no basta con decir que se está en un periodo cíclico de sequía o que las autoridades no han hecho nada para contrarrestar el avance de la desertificación. Efectivamente hay menos lluvias y desde el Ejecutivo se han preocupado bastante con respecto al tema, principalmente en lo que se refiere a la construcción de obras de riego, pues el 2008 la región albergó obras por más de $9 mil millones.
Pero acá sucede que se está luchando con un enemigo omnipresente, externo y poderoso: La naturaleza. O bien con “patologías” que la hacen modificar sus alcances en el entorno. Cuantitativamente el descenso de las precipitaciones no es un misterio y los datos están a la vista. Sólo basta encontrarlos.
Si nos remitimos a periodos donde no existía la incidencia del hombre en materia medioambiental como a inicios del 1900, hoy nos podemos llegar a dar cuenta que llueven 125 milímetros menos que hace un siglo. Esa condición no se asemeja al aumento en casi 100 veces de la población.
Por ello es que cada vez se hace más necesario crear un frente común de manera de escuchar todas las voces involucradas y tomar decisiones en conjunto. Así lo ha hecho el Instituto de Desarrollo Agropecuario (Indap) a través de consejos asesores regionales y de zona, aunque todavía falta algo. ¿Basta con que una entidad técnica se ponga de acuerdo con un grupo de pequeños agricultores? ¿Qué preponderancia tienen si las decisiones se toman en las altas esferas?
A continuación les presentamos las voces de dirigentes campesinos que exponen a qué se le debe poner acento, para que –en el mejor de los casos- algún alto personero público y privado conozca de primera fuente cómo se puede combatir la desertificación.
EL SECO VALLE FLORIDO
Desde 1998 que el valle de Elqui tiene razones para sonreír con mayor propiedad. Y ello no sólo se condice con su consolidación como una ruta turística y pisquera, sino que desde la construcción del embalse Puclaro más de 20.700 hectáreas se han visto beneficiadas con el 85% de seguridad de riego.
Eso lo ha entendido la floricultora María Henríquez, quien no oculta su satisfacción porque “en el valle no tenemos escasez de agua”. Sin embargo, como integrante del Consejo Asesor de Área de La Serena (Cadas) no deja de preocuparse por lo que pasa en otras zonas al norte de la región o bien aquellas que escapan de su competencia, pero que sueñan al igual que ella en vivir en base a la producción agrícola. “La falta de lluvias nos entrega un escenario bastante complicado, especialmente para el secano, porque en estos momentos las napas han bajado demasiado (…) Si no llueve se verá un panorama muy malo”, manifiesta con evidentes signos de preocupación.
Es precisamente esa situación la que experimentan sus “vecinos” de la Comunidad Agrícola Olla de Caldera, que concentra más de 122.600 hectáreas y tiene injerencia en terrenos de La Serena y La Higuera. Todos los años, se realiza durante los primeros meses un catastro para ver la profundidad de los pozos.
Pero durante la presente temporada, los acontecimientos dieron un giro dramático, toda vez que de las 100 fuentes analizadas, el 60% se encontraba totalmente seca. “Como todavía no llueve, no tenemos agua en los pozos, por lo que dependemos que la municipalidad nos lleve el suministro en camiones aljibe cada 15 días”, sentencia el dirigente Jorge Villalobos.
En caso de que en los próximos meses no precipite, miles de cabeza de caprinos y árboles frutales desaparecerán. “Acá realizamos agricultura de autoabastecimiento, por lo que se pondrá en riesgo a quienes vivimos de estos productos” agrega Villalobos.
CON LA AYUDA DE LA NATURALEZA
Yéndonos hacia la provincia de Limarí, debemos detenernos en Romeralcillo, pequeño pueblito de no más de 100 familias que ha sido particularmente golpeado con los vaivenes de la naturaleza. Esto, porque su calidad de valle encajona los fríos y aleja las lluvias. Eso lo sabe muy bien Carlos Araya, quien representa a la comunidad agrícola del lugar. Para el también integrante del Consejo Asesor de Área de Limarí, las lluvias brillan por su ausencia. “Como este sector es muy amplio, el agua se condensa, impidiendo que caiga lluvia como en otras partes de la provincia. Mientras en Ovalle precipitan 40 mm, acá con suerte tenemos 20 mm como promedio”, dice.
Pero lejos de dormirse en los laureles, el grupo de 49 agricultores comprendió que no podían esperar a ver cómo sus cosechas se secaban o sus cabras morían de sed y hambre. Por ello postularon un proyecto al Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). “Teníamos tres objetivos: Educar, utilizar energías renovables y forestar”, comentó Araya.
Pasaron pocos meses y la embajada de Japón en Chile se interesó en los alcances que tendría la iniciativa y la financiaron. 40 millones de pesos se desembolsaron para entregar paneles solares a 16 familias de Romeralcillo y la plantación de 20 hectáreas, de manera de recuperar el corte de leña. “En paralelo seguimos con la idea de desarrollar un pozo profundo para no depender de las entregas de agua que debe hacer el municipio periódicamente”, esclarece el dirigente.
Dentro de los próximos años, esperan dejar de lado la dependencia hídrica y conservar el medio ambiente. Pero en lo inmediato, esperan en las semanas siguientes recibir a Wataru Hayashi, máximo representante del Gobierno nipón en Chile. “Él inaugurará el resto de las fases del proyecto, lo que representa un espaldarazo muy importante”, añade Carlos Araya.
EL MOMENTO DEL ADIÓS
La sequía y la falta de oportunidades han provocado no sólo perjuicios económicos a las zonas rurales, sino que también un descenso en su población. Esto quedó reflejado en el último censo, donde hubo zonas que se vieron disminuidas fuertemente. Uno de los casos más dramáticos se vivió en Andacollo. “En nuestra comuna teníamos a inicios de los noventa el 20% de la población rural, sin embargo en el 2002 ese rango bajó al 8%. Perdimos más de la mitad, porque no hay inversión para trabajar. Existe muy poco incentivo”, señala compungido Patricio Hevia, presidente de la Comunidad Agrícola Caldera y Damas.
Pese a la preeminencia agrícola, las cercanías de Ovalle no son inmunes. Así lo ratifica Carlos Araya de Romeralcillo, quien insiste en que “este microcuenca está muy complicada y por eso estamos tratando de hacer trabajos de recuperación para reforestar y dar nuevos bríos para que los campesinos no abandonen sus tierras”.
Pero la ecuación no es tan simple si se ve desde la perspectiva del crecimiento. En 2002 La Serena y Coquimbo concentraban el 58% de los habitantes de la región, aunque según las proyecciones del 2020, ese porcentaje se incrementará al 63%, acogiendo 166.828 nuevos vecinos, lo que supone la llegada de 772 personas por mes.
Al otro lado de la moneda, zonas menos urbanas y con una fuerte carga rural como Canela, perderá 1.749 habitantes, equivalente al 19% de su población. El caso de Andacollo es mucho peor, ya que ese rango se amplía al 31% de todos sus parroquianos.
Para Hugo Maturana, quien representa a los campesinos de Los Vilos, el interés de las mineras y las grandes compañías agrícolas ha modificado el sistema de aprovechamiento. “Nos han despojado de este elemento (…) Debe hacerse algo rápido o sino se irá incrementando la migración de los campos”, expresa.
“Queremos hacer inversiones y propiciar nuevas oportunidades para el campo. Por eso es vital ponernos de acuerdo y construir una agenda común que nos lleva a encontrar soluciones a las carencias de los sectores rurales”, indica el director regional de Indap, Bernardo Salinas al momento de lanzar la convocatoria para elegir a los delegados.
CÓDIGO NEOLIBERAL
A 188 kilómetros de La Serena, la comunidad combarbalina no está del todo convencida que los proyectos de tres embalses (La Tranca, Murallas Viejas y Valle Hermoso) logre dejar el desabastecimiento en el olvido.
Juana Araya, presidenta de las Comunidades Agrícolas de Combarbalá, no deja pasar la oportunidad para criticar la instalación de estos tres centros de almacenaje. Pero hace la salvedad de que no es por la obra, sino que por su ubicación. “La mayoría de los pequeños agricultores no tendrá a acceso al agua que se recopile, ya que nunca tendrá en su poder acciones”, explica.
Esto se entiende por el alto valor de cada uno de los derechos hídricos que varían entre los 3 y 5 millones. “A veces las organizaciones agrícolas anteponen otras prioridades que reunir el dinero para comprar una acción, aunque sabemos que esto obedece a que esos valores se rigen por el mercado, teniendo Chile el Código de Aguas más neoliberal del mundo”, dice la presidenta nacional de la Federación de Comunidades Agrícolas, Mirta Gallardo, quien acusa a grandes empresarios de lucrar con la venta de acciones.
El hecho que sólo el 0,1% de los derechos hídricos recaiga en el pequeño campesinado se explica por la modificación en 1981 del Código de Aguas que eliminó las mercedes y dio paso a los derechos de aprovechamiento. Eso sí en la Dirección General de Aguas (DGA) no están dispuestos a hacer la vista gorda en caso de no utilización. “Hay avances significativos en materia del uso, ya que ahora el Estado puede restringir su asignación en caso de no utilización”, sostiene Francisco Riestra, jefe de Fiscalización de la repartición.
En esa línea, durante el 2008 se cursaron 2.300 multas por no explotación, lo que significó retornos de $11.500 millones para el Fisco.
Para bien o para mal, cada día que pasa habrá menos opciones de revitalizar cuencas y aguas subterráneas, lo que lleva peligrosamente a la región a una carencia del principal insumo de dos de sus mayores rubros productivos, la agricultura y la minería. Pero, más preocupante todavía, es que se va indeclinablemente hacia un punto de inflexión donde la bebida humana no está asegurada. Allí, recién nos daremos cuenta que es un asunto de vida o muerte.
Pero acá no basta con decir que se está en un periodo cíclico de sequía o que las autoridades no han hecho nada para contrarrestar el avance de la desertificación. Efectivamente hay menos lluvias y desde el Ejecutivo se han preocupado bastante con respecto al tema, principalmente en lo que se refiere a la construcción de obras de riego, pues el 2008 la región albergó obras por más de $9 mil millones.
Pero acá sucede que se está luchando con un enemigo omnipresente, externo y poderoso: La naturaleza. O bien con “patologías” que la hacen modificar sus alcances en el entorno. Cuantitativamente el descenso de las precipitaciones no es un misterio y los datos están a la vista. Sólo basta encontrarlos.
Si nos remitimos a periodos donde no existía la incidencia del hombre en materia medioambiental como a inicios del 1900, hoy nos podemos llegar a dar cuenta que llueven 125 milímetros menos que hace un siglo. Esa condición no se asemeja al aumento en casi 100 veces de la población.
Por ello es que cada vez se hace más necesario crear un frente común de manera de escuchar todas las voces involucradas y tomar decisiones en conjunto. Así lo ha hecho el Instituto de Desarrollo Agropecuario (Indap) a través de consejos asesores regionales y de zona, aunque todavía falta algo. ¿Basta con que una entidad técnica se ponga de acuerdo con un grupo de pequeños agricultores? ¿Qué preponderancia tienen si las decisiones se toman en las altas esferas?
A continuación les presentamos las voces de dirigentes campesinos que exponen a qué se le debe poner acento, para que –en el mejor de los casos- algún alto personero público y privado conozca de primera fuente cómo se puede combatir la desertificación.
EL SECO VALLE FLORIDO
Desde 1998 que el valle de Elqui tiene razones para sonreír con mayor propiedad. Y ello no sólo se condice con su consolidación como una ruta turística y pisquera, sino que desde la construcción del embalse Puclaro más de 20.700 hectáreas se han visto beneficiadas con el 85% de seguridad de riego.
Eso lo ha entendido la floricultora María Henríquez, quien no oculta su satisfacción porque “en el valle no tenemos escasez de agua”. Sin embargo, como integrante del Consejo Asesor de Área de La Serena (Cadas) no deja de preocuparse por lo que pasa en otras zonas al norte de la región o bien aquellas que escapan de su competencia, pero que sueñan al igual que ella en vivir en base a la producción agrícola. “La falta de lluvias nos entrega un escenario bastante complicado, especialmente para el secano, porque en estos momentos las napas han bajado demasiado (…) Si no llueve se verá un panorama muy malo”, manifiesta con evidentes signos de preocupación.
Es precisamente esa situación la que experimentan sus “vecinos” de la Comunidad Agrícola Olla de Caldera, que concentra más de 122.600 hectáreas y tiene injerencia en terrenos de La Serena y La Higuera. Todos los años, se realiza durante los primeros meses un catastro para ver la profundidad de los pozos.
Pero durante la presente temporada, los acontecimientos dieron un giro dramático, toda vez que de las 100 fuentes analizadas, el 60% se encontraba totalmente seca. “Como todavía no llueve, no tenemos agua en los pozos, por lo que dependemos que la municipalidad nos lleve el suministro en camiones aljibe cada 15 días”, sentencia el dirigente Jorge Villalobos.
En caso de que en los próximos meses no precipite, miles de cabeza de caprinos y árboles frutales desaparecerán. “Acá realizamos agricultura de autoabastecimiento, por lo que se pondrá en riesgo a quienes vivimos de estos productos” agrega Villalobos.
CON LA AYUDA DE LA NATURALEZA
Yéndonos hacia la provincia de Limarí, debemos detenernos en Romeralcillo, pequeño pueblito de no más de 100 familias que ha sido particularmente golpeado con los vaivenes de la naturaleza. Esto, porque su calidad de valle encajona los fríos y aleja las lluvias. Eso lo sabe muy bien Carlos Araya, quien representa a la comunidad agrícola del lugar. Para el también integrante del Consejo Asesor de Área de Limarí, las lluvias brillan por su ausencia. “Como este sector es muy amplio, el agua se condensa, impidiendo que caiga lluvia como en otras partes de la provincia. Mientras en Ovalle precipitan 40 mm, acá con suerte tenemos 20 mm como promedio”, dice.
Pero lejos de dormirse en los laureles, el grupo de 49 agricultores comprendió que no podían esperar a ver cómo sus cosechas se secaban o sus cabras morían de sed y hambre. Por ello postularon un proyecto al Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). “Teníamos tres objetivos: Educar, utilizar energías renovables y forestar”, comentó Araya.
Pasaron pocos meses y la embajada de Japón en Chile se interesó en los alcances que tendría la iniciativa y la financiaron. 40 millones de pesos se desembolsaron para entregar paneles solares a 16 familias de Romeralcillo y la plantación de 20 hectáreas, de manera de recuperar el corte de leña. “En paralelo seguimos con la idea de desarrollar un pozo profundo para no depender de las entregas de agua que debe hacer el municipio periódicamente”, esclarece el dirigente.
Dentro de los próximos años, esperan dejar de lado la dependencia hídrica y conservar el medio ambiente. Pero en lo inmediato, esperan en las semanas siguientes recibir a Wataru Hayashi, máximo representante del Gobierno nipón en Chile. “Él inaugurará el resto de las fases del proyecto, lo que representa un espaldarazo muy importante”, añade Carlos Araya.
EL MOMENTO DEL ADIÓS
La sequía y la falta de oportunidades han provocado no sólo perjuicios económicos a las zonas rurales, sino que también un descenso en su población. Esto quedó reflejado en el último censo, donde hubo zonas que se vieron disminuidas fuertemente. Uno de los casos más dramáticos se vivió en Andacollo. “En nuestra comuna teníamos a inicios de los noventa el 20% de la población rural, sin embargo en el 2002 ese rango bajó al 8%. Perdimos más de la mitad, porque no hay inversión para trabajar. Existe muy poco incentivo”, señala compungido Patricio Hevia, presidente de la Comunidad Agrícola Caldera y Damas.
Pese a la preeminencia agrícola, las cercanías de Ovalle no son inmunes. Así lo ratifica Carlos Araya de Romeralcillo, quien insiste en que “este microcuenca está muy complicada y por eso estamos tratando de hacer trabajos de recuperación para reforestar y dar nuevos bríos para que los campesinos no abandonen sus tierras”.
Pero la ecuación no es tan simple si se ve desde la perspectiva del crecimiento. En 2002 La Serena y Coquimbo concentraban el 58% de los habitantes de la región, aunque según las proyecciones del 2020, ese porcentaje se incrementará al 63%, acogiendo 166.828 nuevos vecinos, lo que supone la llegada de 772 personas por mes.
Al otro lado de la moneda, zonas menos urbanas y con una fuerte carga rural como Canela, perderá 1.749 habitantes, equivalente al 19% de su población. El caso de Andacollo es mucho peor, ya que ese rango se amplía al 31% de todos sus parroquianos.
Para Hugo Maturana, quien representa a los campesinos de Los Vilos, el interés de las mineras y las grandes compañías agrícolas ha modificado el sistema de aprovechamiento. “Nos han despojado de este elemento (…) Debe hacerse algo rápido o sino se irá incrementando la migración de los campos”, expresa.
“Queremos hacer inversiones y propiciar nuevas oportunidades para el campo. Por eso es vital ponernos de acuerdo y construir una agenda común que nos lleva a encontrar soluciones a las carencias de los sectores rurales”, indica el director regional de Indap, Bernardo Salinas al momento de lanzar la convocatoria para elegir a los delegados.
CÓDIGO NEOLIBERAL
A 188 kilómetros de La Serena, la comunidad combarbalina no está del todo convencida que los proyectos de tres embalses (La Tranca, Murallas Viejas y Valle Hermoso) logre dejar el desabastecimiento en el olvido.
Juana Araya, presidenta de las Comunidades Agrícolas de Combarbalá, no deja pasar la oportunidad para criticar la instalación de estos tres centros de almacenaje. Pero hace la salvedad de que no es por la obra, sino que por su ubicación. “La mayoría de los pequeños agricultores no tendrá a acceso al agua que se recopile, ya que nunca tendrá en su poder acciones”, explica.
Esto se entiende por el alto valor de cada uno de los derechos hídricos que varían entre los 3 y 5 millones. “A veces las organizaciones agrícolas anteponen otras prioridades que reunir el dinero para comprar una acción, aunque sabemos que esto obedece a que esos valores se rigen por el mercado, teniendo Chile el Código de Aguas más neoliberal del mundo”, dice la presidenta nacional de la Federación de Comunidades Agrícolas, Mirta Gallardo, quien acusa a grandes empresarios de lucrar con la venta de acciones.
El hecho que sólo el 0,1% de los derechos hídricos recaiga en el pequeño campesinado se explica por la modificación en 1981 del Código de Aguas que eliminó las mercedes y dio paso a los derechos de aprovechamiento. Eso sí en la Dirección General de Aguas (DGA) no están dispuestos a hacer la vista gorda en caso de no utilización. “Hay avances significativos en materia del uso, ya que ahora el Estado puede restringir su asignación en caso de no utilización”, sostiene Francisco Riestra, jefe de Fiscalización de la repartición.
En esa línea, durante el 2008 se cursaron 2.300 multas por no explotación, lo que significó retornos de $11.500 millones para el Fisco.
Para bien o para mal, cada día que pasa habrá menos opciones de revitalizar cuencas y aguas subterráneas, lo que lleva peligrosamente a la región a una carencia del principal insumo de dos de sus mayores rubros productivos, la agricultura y la minería. Pero, más preocupante todavía, es que se va indeclinablemente hacia un punto de inflexión donde la bebida humana no está asegurada. Allí, recién nos daremos cuenta que es un asunto de vida o muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario