
María (65) nunca tuvo mucha suerte con los juegos de azar. Con mucho esfuerzo debió haber sacado un chupete en la rifa de su curso, cuando apenas se empinaba por los nueve años. Después de una vida dedicada por completo a la crianza de sus tres hijas, quiso salir de las paredes de su hogar y poder generar su propio dinero. La separación de su marido, fue la mecha que encendió en su ser la necesidad de poder hacer otras cosas y olvidarse, por lo menos por un instante, de hacer las camas, llevar a las niñas al colegio o tener que lavar.
Partió como muchas postulando a los programas de apoyo que disponen las municipalidades. Si bien sus proyectos lograron ser financiados, ella quería más. Lo suyo iba por el lado del turismo y la gastronomía. La repentina muerte de su esposo, trajo como consecuencia que varios bienes que él mantenía se vendiesen, lo que provocó un excedente de caja que María no estaba dispuesta a desaprovechar. Era, por fin, la gran oportunidad que estaba esperando.
Con los cerca de $10 millones que recibió por la venta de parcelas y residencias, compró un terreno en la caleta del puerto de San Antonio (Región de Valparaíso), donde más tarde emplazaría su negocio de expendio de alimentos. Allí comenzaría su periodo de gloria, pero también, un amargo pasaje que no la deja hasta hoy.
Junto a sus hijas, quienes aún estaban en el colegio, comenzó a preparar diversos platos que los ofrecía a los turistas que llegaban a diario a la zona central. Su privilegiada ubicación le permitió gozar de una clientela fiel y numerosa. Sus hijas, quienes no la dejaban sola ni a sol ni a sombra, acompañaban a su madre por las tardes para atender el restaurant.
En los primeros años, las ganancias superaban los $5 millones mensuales. Todas estaban seguras que le habían “dado con el palo al gato”.
A comienzos del verano del 2000, una bien vestida mujer llegó junto a una amiga a servirse un congrio a la mantequilla, la especialidad de la casa. Allí, María, quien tenía casi la misma edad de las clientas, entabló una conversación que marcaría su ingreso a un oscuro vicio.
Partió como muchas postulando a los programas de apoyo que disponen las municipalidades. Si bien sus proyectos lograron ser financiados, ella quería más. Lo suyo iba por el lado del turismo y la gastronomía. La repentina muerte de su esposo, trajo como consecuencia que varios bienes que él mantenía se vendiesen, lo que provocó un excedente de caja que María no estaba dispuesta a desaprovechar. Era, por fin, la gran oportunidad que estaba esperando.
Con los cerca de $10 millones que recibió por la venta de parcelas y residencias, compró un terreno en la caleta del puerto de San Antonio (Región de Valparaíso), donde más tarde emplazaría su negocio de expendio de alimentos. Allí comenzaría su periodo de gloria, pero también, un amargo pasaje que no la deja hasta hoy.
Junto a sus hijas, quienes aún estaban en el colegio, comenzó a preparar diversos platos que los ofrecía a los turistas que llegaban a diario a la zona central. Su privilegiada ubicación le permitió gozar de una clientela fiel y numerosa. Sus hijas, quienes no la dejaban sola ni a sol ni a sombra, acompañaban a su madre por las tardes para atender el restaurant.
En los primeros años, las ganancias superaban los $5 millones mensuales. Todas estaban seguras que le habían “dado con el palo al gato”.
A comienzos del verano del 2000, una bien vestida mujer llegó junto a una amiga a servirse un congrio a la mantequilla, la especialidad de la casa. Allí, María, quien tenía casi la misma edad de las clientas, entabló una conversación que marcaría su ingreso a un oscuro vicio.
… Y CORRIÓ LA BOLITA
El hecho que las mujeres tuvieran una edad similar con María botó de inmediato las barreras naturales de dos personas que nunca se han visto en la vida. Pero algo tenían esas simpáticas damas. Así también lo entendió María.
Ella misma recuerda que mientras se servían un aperitivo, las escuchó hablar de lo bien que les había ido en su visita al casino de Viña del Mar. “Hablaban que habían ganado $300 mil en una sola noche”, asegura.
Como la sangre de empresaria la llevaba en las venas, no dudó en acercarse a la mesa. Mientras miraba a su santo querido por una ventana, San Pedro, su corazón la incitaba a probar suerte. “La primera vez que fui al casino de Viña fue en febrero del 2000. Fui con mis nuevas amigas”, rememora con un dejo de emoción.
Al principio eran todos los sábados, después se sumaron los viernes y los domingos. Pero María no quería detenerse, había ganado mucho dinero y eso la revitalizaba para volver por más.
“Cuando volvía a San Antonio comencé a despreocuparme del restaurant, pensando sólo en los juegos y las apuestas que realizaría al día siguiente”, añadió. Su pasión por el juego la llevó a ir todos los días y amanecerse entre el black jack y el poker. “Se convirtió en mi segundo hogar (…) Estaba más al tanto de lo que le sucedía a mis amigas y el juego, que de mis hijas y la casa”, dijo.
LA CAÍDA
María no puede decir que su negocio es malo. Al contrario, durante los años de bonanza, compró nuevos terrenos. Parcelas de agrado y restaurantes en la exclusiva comuna de Rocas de Santo Domingo, le dieron el sustento monetario para seguir apostando.
Pero la suerte no siempre le sonreía, incluso durante el último tiempo eran más las veces que cruzaba los 117 kilómetros que separan la Ciudad Jardín con el principal puerto de Chile pensando en cómo recuperar lo perdido.
Después de varias temporadas apostando, su negocio junto al mar no andaba bien. Las deudas ya casi lo habían consumido y lo mantenía sólo porque su yerno era el administrador, además que no deja de rememorar en que el recinto fue el único sustento de sus hijas por más de diez años. Pero ella misma reconoce que no le queda mucho, pues ya no puede hacer frente a los compromisos. “El vicio me la ganó, pero deseo cambiar”.
CONDUCTA AUTODESTRUCTIVA
En pleno proceso de adjudicación de tres nuevas licencias de casino para este 2008, los especialistas en cuadros psicológicos han puesto bajo lupa la potencial proliferación de conductas adictivas al juego, cuadro conocido como ludopatía.
Para la psicóloga de la Universidad Andrés Bello, Tirsa Rosales, el riesgo radica en el impulso a apostar sin tener control. “El individuo no puede disfrutar de esta recreación, ya que se convierte en una necesidad compulsiva y progresiva que le ocasiona problemas con su familia, trabajo y finanzas”, explicó.
Tal como María, con la postulación de Casinos Austria de desarrollar un proyecto de recinto de azar en Ovalle, la luz de alerta establece que pueden ser varios quienes pueden explotar esta faceta que tiene un control bastante complejo.
Pero ¿cómo descubrir a un ludópata? La especialista aseguró que esta patología no sólo se puede rastrear cuando las personas tienen cierto poder adquisitivo o bien se valen por sí mismos, sino que también en la infancia y en la adolescencia. Ante ello, para detener la proliferación de este cuadro, Rosales es clara: “Es de vital importancia respetar la restricción de edad para asistir a estos lugares. No debieran ingresar menores de edad ni tampoco trabajar en los casinos”.
No obstante, el problema va más allá. Así como las competencias clandestinas de autos, juegos altamente peligrosos como la ruleta rusa (poner una bala en un revólver y luego dispararse en la cabeza) o practicar deportes extremos, la ludopatía tiene como leit motiv experimentar el riesgo y la adrenalina que genera apostar. “Esto está lejos de tener una relación con ganar dinero, sino que tiene que ver con la sensación de peligro”, indicó Rosales.
Uno de los pocos personeros del Gobierno Regional que dudó dar su apoyo absoluto al proyecto de centro de apuesta en la capital del Limarí, fue el consejero regional José Fernández. La razón, incluso, la dio a conocer el mismo día cuando se votó la entrega de 300 puntos por parte del organismo a la iniciativa privada.
“Acá he visto cómo la ciudad de Ovalle, su alcaldesa y sus representantes se ven tan entusiasmados con la posibilidad de tener un casino que a veces no dimensionan el resto de las externalidades”, señaló en aquella oportunidad.
Y es que dentro de esos factores que no habrían sido tomados en cuenta, se encuentra la ludopatía. Para la autoridad, hay que poner acento a esta enfermedad, pues genera serios trastornos psicológicos y personales.
“La ludopatía es una enfermedad terrible, donde las personas lo pierden todo. No podemos quedarnos de brazos cruzados y tenemos que analizar este tipo de incidencias”, acotó.
Pero el core no sólo se remite a conceptos patológicos, los que profundiza por su raíz profesional ligada al área de la salud como matrón, sino que también al aumento de los índices de robos, proliferación de la delincuencia, tráfico de drogas y prostitución. “Lo ideal es que analicemos el proyecto con todas estas externalidades”, aseveró.
Mientras Ovalle espera expectante la oportunidad de entrar a la larga lista de ciudades beneficiadas con un casino, María tendrá el 29 de agosto del 2009 su prueba de fuego: Ese día se inaugura el casino de San Antonio, que –paradójicamente- se encontrará a 500 metros de su negocio.
“La tentación está, pero tengo que ser fuerte y evitar destruir mi negocio y mi vida”, aseveró, mientras el último turno que trabaja en la construcción del recinto de azar ha guardado las herramientas y la maquinaria para volver al otro día con la esperanza de darle una oportunidad de desarrollo a San Antonio.
LOS SÍNTOMAS
Tal como cualquier enfermedad psicológica, notar que alguien padece de ludopatía no es una tarea fácil. Por ello, la experta de la Universidad Andrés Bello, Tirsa Rosales, extiende unos puntos de referencia para tener en cuenta:
1) Manifiesta una preocupación frecuente por jugar
2) Evidencia la necesidad de aumentar la magnitud y las frecuencias de las apuestas
3) Intenta sin éxito reducir su adición al juego
4) Se muestra inquieto e irascible cuando no apuesta
5) Mitiga sus estados de ánimo jugando
6) Intenta recuperar el dinero perdido
7) Miente para ocultar la prioridad que le asigna al juego
8) Su adicción lo puede llevar a cometer ilícitos
No hay comentarios:
Publicar un comentario