
La maldad es parte de nuestra existencia. Siempre en la vida existen dualidades fundamentales que determinan el comportamiento y las acciones emprendidas por el hombre. El bien y el mal, el blanco y el negro, la oscuridad y el amanecer, lo lúgubre y lo lúdico. Ejemplos sobran.
Debe ser una especie de obsesión infantil y quinceañera adorar a los malvados de los programas de televisión y las películas. Prueba de ello es que mundialmente es mucho más conocido y querido Darth Vader que el cara bonita y extremadamente bueno de su hijo Luke Skywalker o que muchos alentáramos a que la policía jamás descubriera a Barnabás Collins cada vez que incrustaba sus afilados colmillos en el cuello de un comensal.
Además debo reconocer que mi personaje favorito de Lost es Sawyer. No quiero pecar de raro o extremadamente delicado, pero me encanta su mirada malévola, su voz sarcástica y sus actos reñidos con la legalidad y las buenas costumbres. Está claro que si algún día se estrella mi avión y doy en una isla, me convertiré en el próximo Sawyer.
La explicación a este fenómeno es muy fácil: el mal siempre termina siendo mucho más atractivo que lo políticamente correcto. O acaso ustedes no les fascina la obstinación por causar daño, ser engreído, reírse de los demás, hacer pelear a unos con otros.
Nuestra sociedad fue hecha según los designios de la esperanza y la fe, lo que radicaba en un amor eterno. Es mucho más común ser bueno que ser malo, aunque los seguidores de este último concepto se han incrementado en el tiempo y es precisamente en ese grupo en el que me encuentro.
Sicológicamente me podrían tachar de belicoso empedernido y obstinado con la violencia, sociológicamente como un desadaptado y conflictivo, pero humanamente como un tipo que le gusta ser único y estar al margen de lo que hacen todos.
Porque el distinto siempre sobresale, no significa que sea malo, pero si es malévolo, inteligente y perverso, se gana el respeto de concurrencia.
Por ello cuando comenzó la saga maravillosa de J. K. Rowling del mago adolescente Harry Potter, se inició mi particular adoración a la Casa Slytherin a la que pertenecía el profesor de Pociones Severus Snape y el archienemigo de Harry en Hogwarts, Draco Malfoy.
Una vez leyendo los libros y viendo los filmes, más me apasionó la Casa de la Serpiente pues allí había estado Lucius Malfoy –padre de Draco- y mi héroe Lord Voldermort. Asimismo me apasiona la sabiduría y rebeldía de Salazar Slytherin quien se separó de el resto de fundadores del colegio (Godric Gryffindor, Helga Hufflepuff y Rowena Ravenclaw) por considerar que se debía promover la magia sólo entre los descendientes de magos y hechiceras.
Lo cierto es que no es casualidad que los mejores magos, los más astutos, los más preparados, los más odiados pertenezcan a esta casa. Porque de Hufflepuff o de Ravenclaw poco se sabe y los de Gryffindor no son capaces de hacer conjuros que ponen en entredicho la tranquilidad de Hogwarts y que hacen transpirar la gota gorda al director Albus Dumbledore.
En resumidas cuentas sin los malvados y tenebrosos de Slytherin, Harry Potter y sus amigos no tendrían razón de ser y se aburrirían discutiendo en su sala común por qué Neville Longbottom no logra convertir su sapo en una copa o por qué a los mellizos Weasley jamás los han expulsado por revoltosos.
Incluso en la última entrega de la saga de la escritora escocesa, el mismo Harry declara su admiración hacia Severus Snape, para mí el mejor profesor de la historia de Hogwarts.
Para muestra un botón: en la Piedra Filosofal fue el único que se dio cuenta de que el profesor Quirrell era el enviado de Voldemort para coger la piedra y brindarle vida eterna. Asimismo en la Cámara Secreta descubrió que Harry y Ron habían llegado en el auto volador y durante la captura de Syrius Black en el Prisionero de Azkabán ayudó a que Harry y Ron no sufrieran lesiones.
La introversión de Slytherin, sumado a la extrema brillantez de sus miembros hace de esta casa, una de mis favoritas. Es más, la pongo al mismo nivel que El Lado Oscuro de la Fuerza de la Guerra de las Galaxias.
Porque buenos hay muchos y malos muy pocos; porque siempre hay un primer alumno en el curso y el resto se queda con los premios de consuelo; porque es inaudito que todos sean campeones y porque no siempre los mejores ganan, creo abiertamente que en Harry Potter me quedo con Slytherin y estoy seguro que el Sombrero Seleccionador me habría llevado a la Casa de la Serpiente.
En un par de horas más sale a la venta en Europa y Estados Unidos el séptimo y último libro de Joan Kathleen Rowling: “Harry Potter and the Deathly Hallows”, donde es muy posible que se reafirme la idea de valentía, bondad y amistad de Gryffindor, pero en el fondo de nuestros corazones sabremos que la perseverancia, oscuridad, maldad, sarcasmo y locura de Slytherin serán los verdaderos vencedores.
No sería raro que por contrapartida a los textos de Rowling aparecieran espacios narrativos para aquellos que nos gusta el terror y los maleficios, ya que siempre donde haya un bueno habrá un malo. Es decir, donde haya un seguidor de Harry y Dumbledore habrá por lo menos un amante de Snape y Draco. ¿O no?
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