viernes, 23 de mayo de 2008

El enemigo silencioso nos acecha


Durante los últimos dos años, los distintos medios de comunicación y revistas especializadas han pregonado un apocalíptico y selecto grupo de palabras: El cambio climático global. Y es que sólo basta darse cuenta de las elocuentes imágenes que llegan hasta nuestra mesa para reconocer que algo está pasando y de manera muy veloz.
Cuesta no conmoverse al ver a un oso polar en el Polo Norte sobre un témpano de hielo que no supera el metro cuadrado, clamando por ayuda para no caer a las gélidas aguas. O bien asumir la pérdida de masa glaciar de algunas grandes cumbres, donde en los casos más críticos se ha llegado a perder el 60% de su extensión durante los últimos cincuenta años.
Pero esa percepción de “terror” parece no tener asidero en algunos países como el nuestro donde se nota un poco menos ese efecto, ya que simplemente no se está cerca de un entorno donde haya una incidencia directa.
Esta “ceguera” mediática contrasta con los movimientos que se han formado en algunos países de Europa donde se hace patente que los inviernos se están haciendo cada vez más cálidos y los veranos más fríos. Porque dentro de esta paradoja, donde no existe un error de redacción, están insertos los más de seis mil millones de habitantes que posee el planeta Tierra.
Nuestra región no ha quedado ajena a ese “algo está ocurriendo”. Prueba de ello es que en un año hemos pasado a tener temperaturas mínimas y máximas récord (8º Celsius y 25º Celsius, respectivamente), además de disminuciones considerables en las lluvias, las que en algunos lugares ha llegado al 80% (50 mm. promedio). Incluso, resulta pertinente revelar un dato decidor: En esta zona hay pequeños glaciares que han perdido el 75% de su masa de hielo. Lo que en otras palabras se logra entender como que están a punto de desaparecer.

MENOS AGUA
Durante los meses de enero y febrero, la región afrontó una de sus más cruentas sequías, la que contrastó con la temporada anterior donde la disminución de las temperaturas le pasó la cuenta a miles de agricultores. Lo cierto es que las predicciones meteorológicas estimaron a principios del 2008, reducciones del orden del 50%, lo que finalmente se concretó, toda vez que aún no se producen precipitaciones importantes en ninguna de las provincias. Sólo los sectores cordilleranos se han mantenido con un índice de agua caída constante.
“Está lloviendo más en la zona cordillerana, cayendo menos agua en forma de nieve y, por ende, las aguas que caen, escurren”, explicó el director del Centro de Estudios Avanzados en Zonas Áridas (CEAZA), Pablo Álvarez.
Él mismo agregó que los máximos y mínimos también se distancian. “Los mínimos de precipitaciones han disminuido y los máximos han bajado un poco. La diferencia entre ellos es más amplia”.
En todo caso, el investigador pone acento en que estas afecciones hídricas se producen con o sin el fenómeno de cambio climático, por lo que no es pertinente concluir, por ahora, que estas acciones obedecen a ese factor.

GLACIARES EN APRIETOS
Una de las características que tienen las regiones de Atacama y Coquimbo es que no poseen glaciares de grandes dimensiones como sí los hay en el sur de Chile. Además de su tamaño, se encuentran ubicados en las altas cumbres (sobre 5.200 metros de altura), por lo que no alteran a su entorno de suelo, plantación o aire. Por eso su contracción ha pasado casi inadvertida.
Una de las razones para que la zona norte del país sólo tenga 116 km2 de hielo, se debe a la falta de precipitaciones. En todo caso desde este año, el CEAZA ha puesto como uno de sus objetivos primordiales, el poder determinar el número de glaciares que existen, su composición y evolución a través de las décadas.
Si bien aún es prematuro precisar algunas conclusiones, debido a que los científicos aún se encuentran barajando y analizando variables, ya hay algunos datos decidores a tener en cuenta.
El glaciólogo francés Antoine Rabatel, deja en claro que el aporte de estas estructuras de nieve no son tan significativas para la superficie de las cuencas o la cordillera, ya que su superficie no alcanza a incidir en la composición de los terrenos. “Lo que sí representa una relevancia es cómo pueden llegar a constituirse en una cobertura de nieve para las altas cumbres”, aseveró el estudioso.
En todo caso, por el hecho que en la zona norte no existan glaciares de dimensiones, como sí los hay en el extremo sur (hasta 13 mil km2 existen en Campos de Hielo Sur), ello no obsta a que se produzcan fenómenos interesantes de investigar.
Y es que de acuerdo a la percepción de Rabatel, hay que clasificar el tamaño del glaciar para determinar su pérdida de volumen. “Los más grandes han retrocedido en los últimos 50 años entre 25% y 40%, mientras que los pequeños hasta en 75% de su superficie”, aseveró.
A veces, el escurrimiento de ese recurso no alcanza a ser embalsado por ningún medio, representando una pérdida que la naturaleza puede –caprichosamente- encargarse de no devolvernos jamás.

DURMIENDO CON EL ENEMIGO
Más que propiciar un panorama crítico y abismal, los investigadores del CEAZA se toman con calma estos cambios en la composición natural del mundo. Y es que la región sabe lo que son los contrastes y donde por siglos ha debido hacer frente a las condiciones desérticas de una estructura climática que no han permitido frenar la desertificación. A vista de todos, la condición de ser la frontera sur del desierto de Atacama, el más árido del mundo, se deja sentir.
Eso sí, desde el ámbito académico se destacan algunas conductas tendientes a afrontar estas condiciones extremas como una realidad. “Tenemos arraigada la costumbre de la cultura de manejo y gestión del agua, sabiendo que hay que administrar pobreza y riqueza hídrica de manera intermitente”, sentenció Pablo Álvarez.
La carencia hídrica, además de causar estragos puntuales, representa una tremenda oportunidad de explotar eficientemente la utilización del vital elemento. Prueba de ello es el aumento de la superficie cultivada que ha habido en la zona (20%) y donde destacan los frutales, los que demandan permanentemente agua.
De acuerdo a Pablo Álvarez, ha sido fundamental la aplicación de tecnología de riego, la que ya se implementó en el 40% de la superficie cultivable de la región. “Se ha creado la conciencia de distribución ejemplar del recurso mediante el riego tecnificado”, dijo. Es así como la cuenca de Limarí es la que lleva la delantera con un 50% de sus predios, a los que la siguen Elqui (30%) y Choapa (20%).
Por su parte, el experto en Calidad y Gestión de Recursos Hídricos del CEAZA, Francisco Meza, valoró que los habitantes asumieran una “cultura de la conservación”, mientras que las autoridades debían estar al tanto de determinar aquellas áreas donde se pierde más agua.
“La sequía es parte de nuestro entorno por lo que se deben fomentar planes estructurales y no tan sólo de mitigación. Asimismo, promover el uso de alertas tempranas, utilización de información climática y apoyo en la toma de decisiones de los agricultores”, manifestó.Y es que más que temerle al cambio climático, hay que saber convivir con estos cambios, pues no hay peor resfrío que el que, aunque suene paradójico, se adquiere por no tener un paraguas ante una lluvia.

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