En el siglo XVIII y cuando Chile comenzaba a izarse como uno de los países emergentes del concierto latinoamericano, en la actual Región de Coquimbo, (600 kilómetros al norte de la capital Santiago), existía un pequeño pueblo denominado La Greda, el que debía su nombre a su particular ubicación, enclavada en la Quebrada la Greda, a 180 kilómetros al este de La Serena.
Por muchos años, este pueblito agrícola dedicó sus labores a los incipientes predios que por esos años crecían rápidamente, debido a las características especiales del clima. Altas temperaturas con toques desérticos, pero donde la fertilidad de la tierra permitía que la uva de mesa, tuviera su espacio de crecimiento y “alimentara” las ansias de desarrollo de sus habitantes.
Recordadas eran las reuniones patronales a las que asistía la aristocracia serenense y donde el aguardiente era el brebaje que transversalmente unía a las clases sociales. Para qué hablar de las reuniones sociales donde los largos trajes y los anchos sombreros caracterizaban a cada una de las mujeres del lugar. Los niños corrían y se ensuciaban en busca de los racimos de uvas más deliciosos. Los hombres trabajaban la tierra, aunque no descuidaban a sus mujeres y cada vez que podían las acompañaban a hacer las compras a los almacenes.
No había abundancia, pero eran felices, muy felices bajo los fuertes rayos de sol que hacía fermentar las uvas y las convertía en un vino que alegraba las veladas donde cada uno contaba historias de apariciones y de cuentos que había escuchado de un pariente que venía llegando de Europa.
Pero la vida a veces se encarga de poner a prueba a aquellos que con muy poco forjan el futuro de las próximas generaciones y sientan las bases para crear una identidad en un lugar físico determinado. Eso sí, aún falta para las malas noticias.
Con la llegada del siglo XIX, el arribo de nuevos “emprendedores” de campo junto a sus numerosas familias, iba engrosando el panorama de La Greda y haciendo más estrechas sus callecitas de tierra que regularmente debían ser regadas por los parroquianos. Esto porque a pesar que el factor climático regularmente se cargaba a una menor cantidad de agua caída, la que no superaba los 400 milímetros, siempre había espacio para que no entrara polvos a las casitas.
Con el inicio del periodo del decenio conservador al mando del país (1931 – 1961), los habitantes de La Greda sólo se enteraban de las noticias cuando uno de los suyos iba a La Serena y después de cuatro días a caballo, lograba retornar y comentar algunas “cositas” que había escuchado en la ciudad.
Sin embargo, fue 1873 el año que marcaría –paradójicamente- el fin de este asentamiento agrícola del interior. Una cruenta y devastadora epidemia de viruela se apoderó de La Greda, sometiéndola a uno de sus pasajes más oscuros, pues murió cerca del 15% de su población, que en aquellos años apenas no superaban las 200.
LLEGA LA UNIÓN
Por muchos años, este pueblito agrícola dedicó sus labores a los incipientes predios que por esos años crecían rápidamente, debido a las características especiales del clima. Altas temperaturas con toques desérticos, pero donde la fertilidad de la tierra permitía que la uva de mesa, tuviera su espacio de crecimiento y “alimentara” las ansias de desarrollo de sus habitantes.
Recordadas eran las reuniones patronales a las que asistía la aristocracia serenense y donde el aguardiente era el brebaje que transversalmente unía a las clases sociales. Para qué hablar de las reuniones sociales donde los largos trajes y los anchos sombreros caracterizaban a cada una de las mujeres del lugar. Los niños corrían y se ensuciaban en busca de los racimos de uvas más deliciosos. Los hombres trabajaban la tierra, aunque no descuidaban a sus mujeres y cada vez que podían las acompañaban a hacer las compras a los almacenes.
No había abundancia, pero eran felices, muy felices bajo los fuertes rayos de sol que hacía fermentar las uvas y las convertía en un vino que alegraba las veladas donde cada uno contaba historias de apariciones y de cuentos que había escuchado de un pariente que venía llegando de Europa.
Pero la vida a veces se encarga de poner a prueba a aquellos que con muy poco forjan el futuro de las próximas generaciones y sientan las bases para crear una identidad en un lugar físico determinado. Eso sí, aún falta para las malas noticias.
Con la llegada del siglo XIX, el arribo de nuevos “emprendedores” de campo junto a sus numerosas familias, iba engrosando el panorama de La Greda y haciendo más estrechas sus callecitas de tierra que regularmente debían ser regadas por los parroquianos. Esto porque a pesar que el factor climático regularmente se cargaba a una menor cantidad de agua caída, la que no superaba los 400 milímetros, siempre había espacio para que no entrara polvos a las casitas.
Con el inicio del periodo del decenio conservador al mando del país (1931 – 1961), los habitantes de La Greda sólo se enteraban de las noticias cuando uno de los suyos iba a La Serena y después de cuatro días a caballo, lograba retornar y comentar algunas “cositas” que había escuchado en la ciudad.
Sin embargo, fue 1873 el año que marcaría –paradójicamente- el fin de este asentamiento agrícola del interior. Una cruenta y devastadora epidemia de viruela se apoderó de La Greda, sometiéndola a uno de sus pasajes más oscuros, pues murió cerca del 15% de su población, que en aquellos años apenas no superaban las 200.
LLEGA LA UNIÓN
Una de las características endémicas que había acuñado La Greda había sido la interrelación entre sus contertulios, quienes regularmente se saludaban cada vez que se topaban en la botica o en el almacén. Ahora era el momento de afrontar su prueba de fuego.
La solidaridad se “adueñó” de cada uno de los corazones de los sobrevivientes, quienes recibieron ayuda médica y sanitaria de ciudades más grandes como La Serena y Santiago. Así, aquellos niños que quedaron huérfanos fueron recibidos por otras familias y tratados como integrantes de su nuevo clan. Aquellas casas que fueron abandonadas por el miedo al contagio, vieron cómo sus residentes eran llevados hasta hogares vecinos.
Debido a ese síntoma endémico de colaboración, una vez que la enfermedad pasó, los pocos que quedaron en pie y en condiciones de poder vislumbrar un futuro con aquel esplendor que los marcó hasta la primera mitad del siglo XIX, decidieron cambiar el nombre del pueblo. No hubo mucho debate, ya que desde ahora, La Greda “mutaba” a La Unión, el que fue oficializado con el decreto con fuerza de ley del 20 de marzo 1873.
NUEVA ORIENTACIÓN
La solidaridad se “adueñó” de cada uno de los corazones de los sobrevivientes, quienes recibieron ayuda médica y sanitaria de ciudades más grandes como La Serena y Santiago. Así, aquellos niños que quedaron huérfanos fueron recibidos por otras familias y tratados como integrantes de su nuevo clan. Aquellas casas que fueron abandonadas por el miedo al contagio, vieron cómo sus residentes eran llevados hasta hogares vecinos.
Debido a ese síntoma endémico de colaboración, una vez que la enfermedad pasó, los pocos que quedaron en pie y en condiciones de poder vislumbrar un futuro con aquel esplendor que los marcó hasta la primera mitad del siglo XIX, decidieron cambiar el nombre del pueblo. No hubo mucho debate, ya que desde ahora, La Greda “mutaba” a La Unión, el que fue oficializado con el decreto con fuerza de ley del 20 de marzo 1873.
NUEVA ORIENTACIÓN
Poco a poco se fue rearmando la estructura social de La Unión, la que en todo caso, estaba lejos de quedarse estática, pues nuevos hechos propiciarían una readecuación.
En 1875, Chile había dado el gran paso a la industrialización, la que provocó que algunos procesos se hicieran en serie y de manera masiva. La fuerza de la modernidad había llegado al país y La Unión no podía quedarse atrás.
Pero desde fuera de las fronteras regionales, e incluso nacionales, se izaba una bandera de lucha. Perú, que desde los tiempos de su virreinato en 1613, se había empeñado en patentar un licor que contenía gran concentrado de alcohol y que era muy bueno para hacer frente a las bajas temperaturas. Este era nada menos que el pisco, el mismo que desde el año 1600, es decir, 13 años antes, ya había comenzado con su proceso de destilado en lo que hoy conocemos como Coquimbo.
La ofensiva peruana por hacer de este producto algo propio, no gustó a la administración de Federico Errázuriz Zañartu (1971 – 1976), quien llamó a potenciar la producción de pisco en los terrenos de la actual Región de Coquimbo.
Mucha gente apostó por potenciar esa actividad económica y se trasladó hacia el Valle de Elqui, formando los primeros destiladores y acrecentando la producción de uva pisquera. La “guerra” ya se había desatado.
Pero no fue hasta el 15 de mayo 1931, cuando efectivamente se sentaron las bases para luchar por una identidad que por más de cuatro siglos pertenece a esta zona del país. Ese día y bajo el mandato de Presidente Carlos Ibáñez del Campo, se emitió un decreto con fuerza de ley que cambiaba el nombre a La Unión y se le llamaba Pisco Elqui, con la seria intención de medir fuerza con el puerto de Pisco en Perú.
“Se modificaron las actas de nacimiento, las personas tuvieron que abandonar su identidad para ponerlos a disposición del decreto, por lo que la celebración de este 15 de mayo como Día Nacional del Pisco en la localidad de Pisco Equi, cobra mayor simbolismo histórico”, sentenció el seremi de Agricultura Cristián Sáez.
Actualmente más de 60 mil personas están relacionadas con esta actividad de manera directa e indirecta, a lo que se debe sumar los 2.600 cooperados que posee las dos empresas más relevantes del concierto nacional del pisco: Capel y Compañía Pisquera de Chile.
En 1875, Chile había dado el gran paso a la industrialización, la que provocó que algunos procesos se hicieran en serie y de manera masiva. La fuerza de la modernidad había llegado al país y La Unión no podía quedarse atrás.
Pero desde fuera de las fronteras regionales, e incluso nacionales, se izaba una bandera de lucha. Perú, que desde los tiempos de su virreinato en 1613, se había empeñado en patentar un licor que contenía gran concentrado de alcohol y que era muy bueno para hacer frente a las bajas temperaturas. Este era nada menos que el pisco, el mismo que desde el año 1600, es decir, 13 años antes, ya había comenzado con su proceso de destilado en lo que hoy conocemos como Coquimbo.
La ofensiva peruana por hacer de este producto algo propio, no gustó a la administración de Federico Errázuriz Zañartu (1971 – 1976), quien llamó a potenciar la producción de pisco en los terrenos de la actual Región de Coquimbo.
Mucha gente apostó por potenciar esa actividad económica y se trasladó hacia el Valle de Elqui, formando los primeros destiladores y acrecentando la producción de uva pisquera. La “guerra” ya se había desatado.
Pero no fue hasta el 15 de mayo 1931, cuando efectivamente se sentaron las bases para luchar por una identidad que por más de cuatro siglos pertenece a esta zona del país. Ese día y bajo el mandato de Presidente Carlos Ibáñez del Campo, se emitió un decreto con fuerza de ley que cambiaba el nombre a La Unión y se le llamaba Pisco Elqui, con la seria intención de medir fuerza con el puerto de Pisco en Perú.
“Se modificaron las actas de nacimiento, las personas tuvieron que abandonar su identidad para ponerlos a disposición del decreto, por lo que la celebración de este 15 de mayo como Día Nacional del Pisco en la localidad de Pisco Equi, cobra mayor simbolismo histórico”, sentenció el seremi de Agricultura Cristián Sáez.
Actualmente más de 60 mil personas están relacionadas con esta actividad de manera directa e indirecta, a lo que se debe sumar los 2.600 cooperados que posee las dos empresas más relevantes del concierto nacional del pisco: Capel y Compañía Pisquera de Chile.
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