martes, 17 de marzo de 2009

Con empanadas y chicha a orillas del río San Juan


Cruzando la cordillera y asumiendo que la principal frontera física con Argentina queda atrás, la reminiscencia por las costas, el azul del cielo, las ferias y sus incontables tumultos que reflejan la idiosincrasia nacional, se suman a aquellas historias pasadas que se reiteran hasta en los más escondidos espacios de Chile. Por esa semblanza y ese fundamentado apego me resulta doloroso y casi inentendible abandonar el lugar que me ha cobijado desde mi nacimiento. La idea de no verlo en días, semanas y meses, perturba mis sensaciones y me ayuda a valorar lo que siempre tuve.
Si ese sentimiento me embarga por un periodo tan escaso donde estaré imbuido de otra cultura, simplemente no me queda otra opción que sacarme el sombrero ante los cientos de miles de chilenos que en los últimos años han cruzado la cordillera de Los Andes con la intención de encontrar nuevos bríos e ímpetus para adherírselos a sus vidas, aunque sea lejos de su patria querida.
Por eso durante la celebración del Carrusel del Sol, desfile incluido en la Fiesta Nacional del Sol que todos los años se desarrolla en la provincia argentina de San Juan, tuve la oportunidad de fotografiar a cada uno de los 19 carruajes alegóricos que representaban a los departamentos (municipios) de la zona. Esta vez, y de manera especial, hubo dos invitados de lujo: Bolivia y Chile. Además de otras tres delegaciones.
Tras el paso de estas estructuras que deslumbran por su grado de elaboración y producción, hay uno, escondido, con ajustes de última hora y con un pequeño puñado de personas esperando a los lados, aunque sin acercársele. Es el chileno, que con motivos de la cultura Rapa Nui intentará deslumbrar a los más de 100 mil sanjuaninos que se han volcado a las calles para coronar al mejor de los corsos.
Me acerco de inmediato a ellos y me siento en Chile, el corazón me salta y mis ojos se cristalizan al ver la bandera nacional que resguarda la parte posterior del carruaje que, para ser sincero, no posee los arreglos de los otros y luce más humilde, pero es imposible no apreciar el trabajo realizado durante meses, días y horas y donde no se escatimó en restarle tiempo al ocio dejando de lado a la familia, con tal de cumplir con representar a nuestra tierra, pese a que hace mucho tiempo que no la ven ni la tocan.
Es allí donde conozco de primera fuente la historia de tres chilenos que no pasan desapercibidos en el central departamento de Chimbas, que durante los últimos años ha sido beneficiado con obras como la construcción de más de tres mil casas sociales que han ayudado a muchas familias a salir de la línea de pobreza. Tampoco es menor que se hayan potenciado las labores agrícolas y el nacimiento de un incipiente barrio industrial. Una salamanquina, un viñamarino y un chimbero con sangre maulina nos cuentan cómo se nace, se vive y se asciende al otro lado de la cordillera.

AMOR A PRIMERA VISTA
Los paisajes y faldeos precordilleranos eran sitios habituales para Rosa Araya Muñoz, quien se crió y vivió por muchos años en la comuna Salamanca, ubicada en la provincia del Choapa. Fue allí donde pasó gran parte de su juventud. Pero quería hacer algo más, pues dentro de su corazón sentía que podía desarrollarse mucho más fuera de la pequeña ciudad. A inicios de los setenta, Salamanca no tenía el esplendor minero que hoy ostenta y que la yergue como una de las zonas más fructíferas de la región y del norte de Chile. Si no era la inestable agricultura, eran los servicios la única manera de sobrevivir.
Pero los atributos de liderazgo de Rosa estaban hechos para que dirigiese a grandes grupos y en medio de adversidades. Sin quererlo y ante la opción de partir fuera del país, se presentó Chimbas, un desconocido y pequeño departamento perteneciente a la provincia argentina de San Juan, ante sus ojos.
No sólo logró trabajar, sino que, además, alcanzó el más importante de sus anhelos: Un hombre que la amara y le diera la dicha de convertirla en madre en cuatro ocasiones. Hugo Riveros, chimbero de tomo y lomo, recuerda que fue en 1976 cuando conoció a Rosa, con quien el flechazo fue inmediato. “Fue un amor a primera vista, ya llevamos 29 años y no nos hemos separado”, comenta orgulloso.
Fue con esta base donde comenzó a encontrarse con más chilenos en las calles de Chimbas, con quienes se saludaba y de vez en cuando invitaba a su hogar. Sin embargo, había que hacer algo más. Fue así como inició las gestiones para crear una comunidad residente con personalidad jurídica. Era tanto el cariño que le daban sus compatriotas que fue electa presidenta del centro Arturo Prat, el mismo que promovió la carroza con motivos polinesios.
Su brazo derecho fue Hugo, quien en una confesión llena de emoción dijo sentirse un chileno más, pues no sólo participó activamente en la construcción del carruaje, sino que hizo suyos el blanco, azul y rojo. “La idea de ser parte del Carrusel nació de mi señora, ya que sentimos que representamos al país (…) Me siento chileno, porque contribuimos a la integración que los gobiernos deberían hacer”, precisa.
Rosa Araya estuvo a mediados de febrero en Salamanca, donde consiguió el apoyo del alcalde de la comuna, Gerardo Rojas, quien proveyó el viaje del grupo Admapu, compuesto por 23 jóvenes que danzaron por las calles sanjuaninas acompañando el corso y dándole un toque mágico a la velada. Eso sí, su labor en el centro de residentes chilenos en Chimbas se ha replicado en un apoyo constante con quienes empiezan de cero, tal como ella lo hizo a fines de los setenta.
“Muchos residentes no tienen sus papeles en regla y ese es otro de nuestros objetivos: Servir de nexo para que estos trámites se concreten, llevando así la tranquilidad a quienes tanto la necesitan”, señala.

EL SÍNDROME DE PERÓN
Esta narración también tiene un espacio y un tiempo similar al de Rosa, aunque a cientos de kilómetros de distancia y con dirección al sur. Aquella Viña del Mar de los setenta aún ostentaba penosos pasajes militarizados que sólo proyectaban miedo, dolor y desconsuelo. Así lo percibió Luis Olmos, un por esos años joven salido de la enseñanza media que poco podía decir o hacer, tomando en cuenta su posición política. “Eran años difíciles”, confiesa hoy, afincado como un próspero comerciante de Chimbas.
Poco aguantó y haciendo nexo en su medio hermano argentino, se vino a la tierra del tango y el fútbol. Fue éste quien le hizo los contactos, por lo que no demoró mucho en hacerse de un oficio y ganarse la vida. La misma que le dio la espalda en medio de marchas y sesgos ideológicos que dividían a su querida patria.
“He tenido la suerte de ser muy aceptado de la ciudadanía argentina, la que me tendieron de inmediato la mano. De hecho he participado en la parte social, lo que no es fácil cuando llegás (sic) a un país distinto”, sentencia con un marcado acento trasandino.
Como hombre de negocios, su contacto con los chimberos fue cada día creciendo. Ello, le dio una posición expectante y de soporte para lo que vendría. Con esa valoración, no tuvo problemas en representar el sentir de algunos de sus colegas comerciantes, lo que más tarde dio paso a un ámbito social más amplio.
“Comencé a asistir a reuniones vecinales y de clubes deportivos, donde siempre estuve dispuesto a colaborar y colaborar para mejorar la vida del argentino. Esto me ayudó a ganar un respaldo”, indica, no sin antes aclarar que nunca quiso buscar poder. “Se fue dando naturalmente, por eso estoy donde estoy”, agrega.
Y hoy su sitial es nada menos que el de secretario de la Junta Departamental del Justicialismo, el partido de gobierno en Argentina. Y es que el Partido Justicialista o Peronista como se le denomina al otro lado de la cordillera, es la mayor fuerza política de la nación, por lo que el logro de Luis Olmos no deja de ser considerable. Él mismo reconoce en el ex presidente Juan Domingo Perón a un líder a seguir.
Al momento de preguntarle si estaría dispuesto a jugársela por un cargo más alto como intendente (alcalde) o diputado, Olmos mira al cielo como buscando una respuesta decisiva tal como lo hizo hace 28 años a pasos de la avenida Perú en la Ciudad Jardín antes de cruzar la cordillera. Su respuesta es sencilla: “Siempre está la posibilidad, pero es complicado porque hay que nacionalizarse, yo sólo tengo la radicación definitiva, pero no la nacionalización. He logrado un reconocimiento social y eso me deja tranquilo”, dice antes de seguir el recorrido del carruaje que saca sus primeros aplausos.

DESPERTAR CORDILLERANO
Algo me dice que aquel tipo bajo, cano y callado que sigue de cerca el carro chileno se guarda algo importante. Para salir de mi duda le pregunto si es chileno. Me dice que sí, aunque no se le nota, pues tiene un marcado acento argentino y se comporta como tal. Desde ese momento intento saber más de él. Descubro más tarde que se llama Luis Maureira Muñoz y tiene 65 años. Y al mirarlo a los ojos cuando le pregunto por Chile, me nombra que va regularmente a Santiago y Rancagua. Sus ojos húmedos lo delatan, no hay dudas que es un chileno más.
Este trabajador de planta de la Dirección de Arquitectura del Gobierno tiene un pasado muy particular, porque si bien nació en Argentina, por sus venas la sangre maulina se nota a rabiar. Nos cuenta que su padre, Luis Maureira, era de Linares y su madre, Eliana Muñoz de Curicó. Ambos se conocieron en Chile y por motivos laborales se vinieron a Chimbas. “No sé por qué me hicieron acá (…) pero yo me siento muy chileno”, asevera.
Enfatiza que cruza la frontera todos los años, especialmente para visitar a sus primos en Santiago y Rancagua. Mientras nos explica parte de su anecdotario, le indican que es momento de prender una luz, por lo que nos pide disculpas por interrumpir la entrevista. Cuando se reincorpora suelta del alma una frase que lo grafica. “Llego a Chile y me emociono, porque siento que es mi país y que ahí están mis raíces”.
Sin entrar en detalles de su vida privada, es parte de la directiva del centro de residentes Chilenos Gabriela Mistral, donde desde hace unos meses fue ungido como tesorero.
El corso ya ha sacado los aplausos de José Luis Gioja y parte de su gabinete, los sanjuaninos ya se retiran de las calles para partir volando al predio ferial que tendrá su cierre con la música de Los Auténticos Decadentes. Ya habiendo hecho el primer esfuerzo y habiendo dado ese tan importante primer paso, las miradas cómplices, los abrazos y los llantos de la tarea cumplida inundan a los treinta chilenos que estuvieron un día haciendo patria al otro lado de la cordillera.

EL DÍA A DÍA
Si bien la comunidad chilena en Chimbas apenas sobrepasa las mil personas, existen tres centros que los reúne: Arturo Prat, Gabriela Mistral e Icachi (Instituto Cultural Argentino – Chileno). Todos tienen sus propias directivas, reglamentos e integrantes, aunque al momento de celebrar alguna fecha tradicional se fusionan. Es así como el 21 de mayo o el 18 de septiembre son la mejor excusa para dejar de lado la cotidianidad y tomarse un rico vaso de chicha y comerse unas empanadas de pino. “Es una instancia de hermandad y solidaridad donde vivimos a concho la chilenidad”, explica Luis Olmos. Asimismo, se han encargado de colaborar con aquellos que llegan por primera vez o quienes simplemente están de paso. “Recibimos a delegaciones de distintas regiones de Chile, desde donde nos visitan bastante, ya que somos uno de los lugares donde hay más nacionales”, finaliza Olmos.

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