martes, 10 de marzo de 2009

El coquimbano que exprime viñedos andaluces


La semana pasada, el enólogo chileno que hace cuatro años reside en España, Rodrigo Nieme Val (33 años), se reencontró con el barrio que lo vio crecer en Coquimbo, El Llano. Tal como muchas veces lo hizo de la mano de su padre y de sus hermanos, asistió al encuentro que su querido Coquimbo Unido disputó ante San Luis de Quillota. No se retiró contento del remozado Francisco Sánchez Rumoroso, pues la derrota por la cuenta mínima del elenco porteño empaño una noche que fue mágica.
Mágica por la oportunidad de respirar nuevamente el aire marino que el calor de los valles andaluces lo ha hecho olvidar, aunque el cariño de su familia y amigos ha logrado retroceder el tiempo e insertarlo en una nueva etapa de su vida.
Ésta, no deja de ser especial, porque si bien cada año visita a sus seres queridos en Coquimbo, esta vez hubo espacio para ratificar una decisión fundamental en su vida: Contraer matrimonio con su novia española, la misma que conoció en los tiempos en que se desempeñaba como encargado de bodega de la viña Santa Rita a fines de los noventa.
Fue el momento preciso de poder conocer algo más de la vida de uno de los profesionales vitivinícolas más exitosos que se encuentra en el Viejo Continente, pues durante su periodo de permanencia ha logrado posicionar fuertemente cepas de la viña Pasos Largos, ubicada en la localidad de Ronda, distante a una hora de Sevilla. Desde allí ha forjado la reputación de la garnacha y cariñena, las que han encontrado reconocimientos en Inglaterra y California.

SER O NO SER
La familia Nieme Val ha encontrado su arraigo en la ciudad puerto, especialmente por el desempeño abnegado de su patriarca, el médico Alberto Nieme, quien por décadas ha atendido a miles de coquimbanos que han debido asistir de urgencia al hospital San Pablo. Fue en esos pasillos fríos y con olor a cloro donde Rodrigo pasó gran parte de su niñez, a la espera de que su padre lo tomara de mano y le dijera que era hora de irse a casa.
Por ello, a don Alberto no le llamó la atención que su retoño del medio le confesara más tarde que quería ser tal como él, médico. Orgulloso, no dudó en apoyarlo. Pero el destino se encargó que la dinastía Nieme no se consolidara precisamente desde algún pabellón o sala de cuidados intermedios, sino que desde un escenario mucho más natural, soleado y campestre.
Cuando le tocó dar la en ese entonces Prueba Aptitud Académica, Rodrigo estaba convencido que debía estudiar Medicina sí o sí, era lo que le gustaba y lo que le había prometido a su padre y a su mamá Isabel. Pero fueron los altos puntajes y las circunstancias de una instancia que amedrente hasta a los más preparados lo que corrió la línea de vida de este aficionado al fútbol.
“Como no me alcanzó el puntaje para entrar a estudiar Medicina, postulé a Agronomía en la Universidad de La Serena”, recuerda con un dejo de nostalgia y aprovechando de encender un cigarrillo, vicio que retomó tras contraer nupcias hace unos días.
En todo caso, se apura a aclarar que la idea era solamente permanecer un año en la carrera y conseguir el sueño de ser un galeno. Pero la historia se encargaría de enseñarle aquel lado que siempre estuvo oculto y que, desesperadamente, quería emerger de su cuerpo: El amor por el campo, las uvas y los vinos.

EMBRIAGADO DE AMOR
Fue en su época de mechón (estudiante universitario de primer año) cuando en un viaje de rutina con su curso a la viña Francisco de Aguirre, instalada camino a Punitaqui en Ovalle y que a mediados de los noventa aún pertenecía a Capel, donde Rodrigo supo que más allá de la agronomía, lo suyo serían los vinos. Hoy en día, incluso, adopta un tono especial, de nostalgia, recogimiento y emoción, a aquel lugar que le cambió la existencia. “Después de visitar esa viña, supe que mío debía ser la enología”, precisa mientras acompaña la conversación con una cerveza.
Tras cinco años que se pasaron volando, viajó a Santiago, específicamente a la Universidad de Chile para especializarse en enología. “En ese momento era complicado adquirir ese conocimiento, porque junto con la Universidad Católica, la Chile era la única que lo impartía. Creo que fui el primer estudiante de la ULS que terminó la especialización”, cuenta.
Durante su periodo de aprendizaje pudo hacer muchas “vendimias” (prácticas en terreno), las que le permitieron hacer un currículum. Primero fue dentro del país, donde EN la zona central logró recorrer parte importante de lo que hoy son las viñas más reconocidas de Chile. Después fueron Francia y España las que completaron su itinerario.
Una vez egresado, uno de sus primeros trabajos fue en la viña Santa Rita, en Colchagua, donde llegó a ser encargado de bodega. Ese instante permitió que no sólo lograra robustecer su carrera, sino que hilar su vida con una andaluza que le robó el corazón. Rodrigo recuerda que ella llegó tal como él años antes lo había hecho en Francia, a conocer niveles de producción, calidad de la uva, cepas y embotellado. “Fue un flechazo inmediato, pues allí conocí a mi actual señora”, especifica no sin antes mirar de manera cómplice a su hermano Felipe, pues explica que aún no se acostumbra a su nuevo estatus de casado.
La relación implicó que año a año emprendieran vendimias en Chile y España hasta que la pareja decidió tomar una decisión: Se quedaban o se iban. Primero intentaron en viña Falernia, pero la imposibilidad de contratarlos a ambos abortó la idea. Meses más tarde, la oportunidad de su vida se les presentaba ante sus ojos. La península ibérica les ofrecía empleo a los dos. Las maletas debían hacerse cuanto antes y emprender esta nueva experiencia.

ENTRE BARRICAS Y COLINAS
Su empleo más importante lo consiguió en la bodega Los Bujeos, a la que arribó en 2006. Allí la empresa de Manuel María López le abrió las puertas para desarrollar un vino rosado que hiciera contrapesa con el tramo que ya habían ganado los blancos. El resultado, un Syrah puro que fue fermentado en tiempos iguales en una barrica de roble francés y otra en acero. El brebaje tuvo su punto de azúcar residual y un toque picante carbónico. Rodrigo ya hacía de las suyas y deja impresionado a los expertos.
No tardó mucho para que este profesional chileno comenzara a ser requerido por las revistas especializadas, para conocer sus secretos. Ofertas para emigrar a empresas más grandes no le faltaron, pero el menor nivel de producción es menor que desempeñaba actualmente le daba la certeza de innovar y desarrollar al máximo las variedades.
No tardó mucho en “sacarle trote” a la garnacha y a la cariñena. Si bien dentro de los licores premium es Francia e Italia los mercados que mayores réditos logran, España poco a poco ha logrado imponerse con un valor agregado. “Además de vinos, la gente busca cultura, gastronomía y turismo y es precisamente en ese ámbito donde España no se ha quedado atrás, lo que ha hecho de nuestros brebajes ser muy cotizados en Inglaterra y California”, apunta Nieme.
Por ello, no duda en recomendar a los viñateros regionales sacarle partido al entorno donde están emplazados, pues no sólo se vende el sabor, sino que también ese rústico y verdoso lugar que lo acompaña y da forma. “La ventaja que tiene Chile son sus paisajes, pues a diferencia de acá, en España sólo hay cerros donde se cultiva la viña, pero no hay algo tan espectacular como el valle de Elqui”, acentúa.
Mientras apaga el tercer cigarrillo que fumó, mira la estructura colonial de La Serena, casi como si no la volviera a ver en mucho tiempo. Y es que el estar casado, implica un nuevo lapso, quizás con hijos que no le permitan venir tan seguido, pero que se reconfortarán al saber que su padre logró traspasar las fronteras de El Llano para asentarse en el desfiladero seco y pedregoso de Andalucía. Olé.

UNA IMAGEN PRIVILEGIADA
Como conocedor del mercado europeo, fue imposible no preguntarle a Rodrigo cómo se percibe la producción vitivinícola nacional. Su respuesta fue tajante: “El vino chileno no tiene nada que envidiarle al español, pues la ventaja que poseen en precio – calidad es insuperable. Los enólogos chilenos lo están haciendo muy bien”, confirma. De acuerdo a su perspectiva uno de los grandes potenciales que han ganado en el último tiempo los valles de Elqui y Limarí es que, pese a su juventud, han adquirido reconocimientos por sus licores. “Hay un enorme fortaleza en Elqui con respecto a los tintos, pues su sol, terreno y clima hacen propicia una fermentación más extensa. Por su parte, Limarí ha desarrollado blancos muy interesantes, especialmente de aquellas viñas que se encuentran cercanas a la costa. El aire marino es fundamental para darle consistencia a esos vinos”, precisa.

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