
Nadie nos espera, no hay vendedores ambulantes ni menos grandes centros comerciales. Y es que llegar hasta la localidad de Barraza, ubicada en Ovalle, es como retornar a los inicios de la Conquista donde los españoles eran apoyados por los criollos en su lucha por relegar hacia el sur a los fieros indígenas. Los recuerdos se dejan sentir en cada una de las piedras que por siglos han permanecido sigilosas ante el paso de caballos, carretas, bicicletas y ahora último, vehículos.
Los ventarrones poco a poco se encierran en un casco histórico que no es más que la suma de tierrosas callecitas que albergan una que otra cortina desteñida por los efectos de un sol inclemente que obliga a refugiarse en las casas de adobe que aún se mantienen en pie. Y por qué no en aquellas que han sido remodeladas, pero que se mimetizan con los colores barrosos del siglo XVII. Pero no hay que subestimar a la cultura que por más de cinco siglos acompaña el andar de los barracinos.
Tal como un día lo pensó Antonio Barraza Crespo cuando llegó a este inhóspito territorio a inicios del 1600, la localidad necesitaba la ayuda de todos para mantenerse en pie. Esto, porque la principal amenaza era el actual emplazamiento del río Limarí, que hizo de las suyas en incontables ocasiones al desbordarse y llevarse consigo estructuras completas.
Por ello, este comendador -que tenía fuertes lazos con la corona española- levantó junto a sus hombres una iglesia para que los poderes divinos le ayudaran a combatir los efectos de la naturaleza. La llamó Parroquia de la Villa San Antonio del Mar y a Purísima Concepción, pensando que la conjunción de nombres erigiría una rígida fortaleza capaz de ganarle al agresivo afluente.
Las faenas de construcción se iniciaron en 1630, fundándola en 1631 y sólo terminándola en 1660. Las misas se hacían con agrado y las poco más de 200 personas que residían hacían rutinarias las jornadas dominicales de peregrinación hacia el templo. Eso sí, la naturaleza les tenía guardada una no muy grata sorpresa, ya que en 1690 el desborde del Limarí dejó al pueblo sin su más preciado tesoro: Su iglesia.
Pero con el tesón español que lo acompañó hasta el último de sus días, el obcecado Barraza Crespo la reedificó en 1691 para finalizarla en 1712. El círculo de la vida a veces guarda amargos pasajes como cuando el reconocido arquitecto italiano Joaquín Toesca tuvo que hacerse cargo de la tercera reconstrucción tras una nueva irrupción ribereña.
ENTRE TESOROS Y SANTOS
El año pasado se celebraron 30 años desde que la Iglesia de Barraza fue denominada patrimonio nacional. Lo cierto es que esta enigmática estructura sorprende con sus aún rígidos muros de adobe que poseen 1 metro de ancho y están entrepintados con colores originales de tonalidades pasteles. Incluso, un ángel sobre el altar parece darle la bienvenida a los visitantes con una leve sonrisa y una mirada perdida apuntando hacia un armonio que fue relegado a observar cómo pasan los años.
Patricio Olivares, oriundo de la zona, nos comenta que durante décadas buscadores de fortunas se adentraron en las dependencias divinas con la intención de encontrar el tesoro que piratas ingleses habían enterrado tras sitiar Coquimbo. “Pero nunca nadie encontró nada”, manifiesta sin dejar de mirar el piso.
A poco andar, las tumbas de familias connotadas de la época como los Barrios, los Durán o los Covarrubias, acompañan los recuerdos de una ciudad que lejos de entrar en el olvido, aguarda una de sus más afanosas luchas: Convertirse en zona típica.
LOS PASOS DEL PADRE PABLO
La ofensiva Aliada para derrocar al régimen nazi que atemorizaba a Europa en 1945 hizo que el sacerdote Pablo Diehl, dejase su Alemania natal para cruzar el océano Atlántico e instalarse en Barraza a done llegó en 1946. Esos miles de kilómetros no impidieron que este carismático hombre de fe se ganara el corazón de los habitantes de la localidad con quien aprendió a decir sus primeras palabras en español. Fue él mismo quien arreglaba el tejado cada vez que sucumbía por el peso de los años.
Su presencia hizo de los barracinos unos nuevos aspirantes a las creencias de Dios y a masificar las peregrinaciones durante las fiestas populares. “A él le regalaron el armonio que está en el museo”, cuenta Marcelo Carvajal, encargado del lugar, al que llegó hace seis años.
Con la muerte del padre Pablo en mayo de 1973, pareció que Barraza jamás lograría establecer esa conexión espiritual. Nadie discute que costó y que la huella de esta alemán de lentes gruesos y mirada fija sería difícil de enterrar. Y es que el cariño logrado y la influencia en dos generaciones no era obra de unos años, sino que de casi treinta.
En 1993 el Fondo de Desarrollo de la Cultura y las Artes financió un museo que recuerda los pasajes más importantes del pueblo donde se encuentran casullas sacerdotales del siglo XVIII, los primeros libros de bautizo y de matrimonio de 1698, los planos del pueblo y candelabros que nunca pudieron restaurarse tras el terremoto que afectó a Punitaqui en 1997.
Pero hay quienes han sentido pasos dentro de esta estructura. Incluso, los más temerarios que han observado hacia el interior cuando ya ha pasado la medianoche, aseguran haber visto al padre Pablo divagando por el lugar supervisando sus antiguas partencias. “Yo por lo menos nunca he visto nada, a lo más hay murciélagos (…) Es sólo una leyenda”, corrobora Carvajal.
LA DECAPITADA Y LOS DUENDES
Pero más allá de si es cierto o no, Barraza está lleno de mitos y creencias que dejan espacio a la duda. Es así como dentro del restaurante Cabildo Abierto existe un mural donde se personifica cada una de las leyendas con la que han crecido todas las generacion generaciones. Entre las más impactantes está la de los tres pequeños niños que al ser alcanzados por un caballo desorbitado murieron arrastrados por el animal en plena época de Conquista. No son pocos quienes aseguran que en ciertas tardes de niebla se pueden apreciar tres duendencillos que aparecen jugando con una cuerda. Supuestamente la que los mató.
Otro de los más recordados pasajes narrativos tiene que ver con una horrorosa muerte sentimental. Le ocurrió al comendador Sánchez Ordóñez quien encontró a su mujer engañándolo con un subalterno en los potreros de su hacienda. La reacción fue inmediata, decapitó a la infiel, apagando su sufrimiento con charcos de sangre derramada en una pila de paja. “Dicen que la mujer ahora aparece con la cabeza entre las manos”, rememora Patricio Olivares, dueño de Cabildo Abierto y a quien su abuelo le contaba estas historias cuando no podía dormir.
Así se suman otras como la gallina castillana que anda con pequeños pollitos dorados y donde comentan que quien la sigue encontrará el tesoro dejado por piratas que arribaron a la zona tras sitiar Coquimbo. Otra es el desplazamiento de una carroza con una novia dentro que enloqueció porque no pudo contraer el sagrado vínculo con su amado.
Patricio Olivares desean teatralizar todas estas historias en un anfiteatro que proyecta levantar hacia el 2010 y con una capacidad para 80 personas. “Queremos rescatar los mitos y leyendas del pueblo. Por lo menos ya hay material de apoyo y registros que avalan las narraciones, así es que llevarlo a las tablas será mucho más atractivo”, dice.
SABOR ÉTNICO
Para cualquiera que se halle en este pueblo ubicado a 30 kilómetros de Ovalle, y quiera probar la gastronomía local, el sitio indicado es el ya mencionado Cabildo Abierto. Pese a que el centro de expendio de comidas lleva apenas un año, la tradición de la familia Olivares Tabilo es centenaria. Esto porque el primer Tabilo fue un indio traído por Antonio Barraza Crespo y que se llamaba Lorenza –con a- y que llegó con cuatro mujeres. “Tenemos un pasado acá de siglos, lo que nos arraiga mucho más a esta tierra”, sostiene Patricio.
Su madre Aurora es la propietaria de la casa y es la encargada de complacer a los comensales con las más deliciosas preparaciones, especialmente luego de que éstos aumentaran de 80 a 220 por fin de semana, tras la emisión un programa de televisión que contó sus anécdotas. “Si bien no estábamos preparados para un alza tan importante, el cariño de la gente nos incentiva a seguir. No nos podemos quejar, hemos tenido muchas visitas y estamos haciendo algo que nos gusta”, añade la señora Aurora.
Entre los principales platos que se encuentran en este local lleno de maderas naturales de la zona, está la cazuela de ave, cabrito a las finas hierbas, ternera campestre, empanadas de camarón de río, pan amasado y postres. Todo por menos de $5 mil.
“Con esta apuesta queremos devolver a Barraza todo lo que ha olvidado, resaltar sus valores patrimoniales, culturales e históricos”, asevera Patricio, quien en todo caso, espera emprender el vuelo antes que se consolide el local, pues sus 14 años fuera del país lo llaman a fortalecer ese espíritu patiperro, aunque siempre con su Barraza en el corazón.
LAZOS PRODUCTIVOS
En Cabildo Abierto no sólo se encuentra espacio para disfrutar de una de las mejores gastronomías del Limarí, sino que también para el emprendimiento. Es así como han formado lazos con dos organizaciones de artesanos Fénix y Morieh donde venden las más bellas manualidades. “Lo importante aquí es la asociatividad y la colaboración”, resalta Marta Rodríguez, quien trabaja junto a su marido Víctor Cid en esta última agrupación. “Nosotros estamos devolviendo la mano a jóvenes a quienes les enseñamos nuestro arte”, confirma Cid, quien se ha especializado en la piedra combarbalita. Ana Fuenzalida -de Fénix- trabaja con lapislázuli, plata nacional y piedra natura.
Los ventarrones poco a poco se encierran en un casco histórico que no es más que la suma de tierrosas callecitas que albergan una que otra cortina desteñida por los efectos de un sol inclemente que obliga a refugiarse en las casas de adobe que aún se mantienen en pie. Y por qué no en aquellas que han sido remodeladas, pero que se mimetizan con los colores barrosos del siglo XVII. Pero no hay que subestimar a la cultura que por más de cinco siglos acompaña el andar de los barracinos.
Tal como un día lo pensó Antonio Barraza Crespo cuando llegó a este inhóspito territorio a inicios del 1600, la localidad necesitaba la ayuda de todos para mantenerse en pie. Esto, porque la principal amenaza era el actual emplazamiento del río Limarí, que hizo de las suyas en incontables ocasiones al desbordarse y llevarse consigo estructuras completas.
Por ello, este comendador -que tenía fuertes lazos con la corona española- levantó junto a sus hombres una iglesia para que los poderes divinos le ayudaran a combatir los efectos de la naturaleza. La llamó Parroquia de la Villa San Antonio del Mar y a Purísima Concepción, pensando que la conjunción de nombres erigiría una rígida fortaleza capaz de ganarle al agresivo afluente.
Las faenas de construcción se iniciaron en 1630, fundándola en 1631 y sólo terminándola en 1660. Las misas se hacían con agrado y las poco más de 200 personas que residían hacían rutinarias las jornadas dominicales de peregrinación hacia el templo. Eso sí, la naturaleza les tenía guardada una no muy grata sorpresa, ya que en 1690 el desborde del Limarí dejó al pueblo sin su más preciado tesoro: Su iglesia.
Pero con el tesón español que lo acompañó hasta el último de sus días, el obcecado Barraza Crespo la reedificó en 1691 para finalizarla en 1712. El círculo de la vida a veces guarda amargos pasajes como cuando el reconocido arquitecto italiano Joaquín Toesca tuvo que hacerse cargo de la tercera reconstrucción tras una nueva irrupción ribereña.
ENTRE TESOROS Y SANTOS
El año pasado se celebraron 30 años desde que la Iglesia de Barraza fue denominada patrimonio nacional. Lo cierto es que esta enigmática estructura sorprende con sus aún rígidos muros de adobe que poseen 1 metro de ancho y están entrepintados con colores originales de tonalidades pasteles. Incluso, un ángel sobre el altar parece darle la bienvenida a los visitantes con una leve sonrisa y una mirada perdida apuntando hacia un armonio que fue relegado a observar cómo pasan los años.
Patricio Olivares, oriundo de la zona, nos comenta que durante décadas buscadores de fortunas se adentraron en las dependencias divinas con la intención de encontrar el tesoro que piratas ingleses habían enterrado tras sitiar Coquimbo. “Pero nunca nadie encontró nada”, manifiesta sin dejar de mirar el piso.
A poco andar, las tumbas de familias connotadas de la época como los Barrios, los Durán o los Covarrubias, acompañan los recuerdos de una ciudad que lejos de entrar en el olvido, aguarda una de sus más afanosas luchas: Convertirse en zona típica.
LOS PASOS DEL PADRE PABLO
La ofensiva Aliada para derrocar al régimen nazi que atemorizaba a Europa en 1945 hizo que el sacerdote Pablo Diehl, dejase su Alemania natal para cruzar el océano Atlántico e instalarse en Barraza a done llegó en 1946. Esos miles de kilómetros no impidieron que este carismático hombre de fe se ganara el corazón de los habitantes de la localidad con quien aprendió a decir sus primeras palabras en español. Fue él mismo quien arreglaba el tejado cada vez que sucumbía por el peso de los años.
Su presencia hizo de los barracinos unos nuevos aspirantes a las creencias de Dios y a masificar las peregrinaciones durante las fiestas populares. “A él le regalaron el armonio que está en el museo”, cuenta Marcelo Carvajal, encargado del lugar, al que llegó hace seis años.
Con la muerte del padre Pablo en mayo de 1973, pareció que Barraza jamás lograría establecer esa conexión espiritual. Nadie discute que costó y que la huella de esta alemán de lentes gruesos y mirada fija sería difícil de enterrar. Y es que el cariño logrado y la influencia en dos generaciones no era obra de unos años, sino que de casi treinta.
En 1993 el Fondo de Desarrollo de la Cultura y las Artes financió un museo que recuerda los pasajes más importantes del pueblo donde se encuentran casullas sacerdotales del siglo XVIII, los primeros libros de bautizo y de matrimonio de 1698, los planos del pueblo y candelabros que nunca pudieron restaurarse tras el terremoto que afectó a Punitaqui en 1997.
Pero hay quienes han sentido pasos dentro de esta estructura. Incluso, los más temerarios que han observado hacia el interior cuando ya ha pasado la medianoche, aseguran haber visto al padre Pablo divagando por el lugar supervisando sus antiguas partencias. “Yo por lo menos nunca he visto nada, a lo más hay murciélagos (…) Es sólo una leyenda”, corrobora Carvajal.
LA DECAPITADA Y LOS DUENDES
Pero más allá de si es cierto o no, Barraza está lleno de mitos y creencias que dejan espacio a la duda. Es así como dentro del restaurante Cabildo Abierto existe un mural donde se personifica cada una de las leyendas con la que han crecido todas las generacion generaciones. Entre las más impactantes está la de los tres pequeños niños que al ser alcanzados por un caballo desorbitado murieron arrastrados por el animal en plena época de Conquista. No son pocos quienes aseguran que en ciertas tardes de niebla se pueden apreciar tres duendencillos que aparecen jugando con una cuerda. Supuestamente la que los mató.
Otro de los más recordados pasajes narrativos tiene que ver con una horrorosa muerte sentimental. Le ocurrió al comendador Sánchez Ordóñez quien encontró a su mujer engañándolo con un subalterno en los potreros de su hacienda. La reacción fue inmediata, decapitó a la infiel, apagando su sufrimiento con charcos de sangre derramada en una pila de paja. “Dicen que la mujer ahora aparece con la cabeza entre las manos”, rememora Patricio Olivares, dueño de Cabildo Abierto y a quien su abuelo le contaba estas historias cuando no podía dormir.
Así se suman otras como la gallina castillana que anda con pequeños pollitos dorados y donde comentan que quien la sigue encontrará el tesoro dejado por piratas que arribaron a la zona tras sitiar Coquimbo. Otra es el desplazamiento de una carroza con una novia dentro que enloqueció porque no pudo contraer el sagrado vínculo con su amado.
Patricio Olivares desean teatralizar todas estas historias en un anfiteatro que proyecta levantar hacia el 2010 y con una capacidad para 80 personas. “Queremos rescatar los mitos y leyendas del pueblo. Por lo menos ya hay material de apoyo y registros que avalan las narraciones, así es que llevarlo a las tablas será mucho más atractivo”, dice.
SABOR ÉTNICO
Para cualquiera que se halle en este pueblo ubicado a 30 kilómetros de Ovalle, y quiera probar la gastronomía local, el sitio indicado es el ya mencionado Cabildo Abierto. Pese a que el centro de expendio de comidas lleva apenas un año, la tradición de la familia Olivares Tabilo es centenaria. Esto porque el primer Tabilo fue un indio traído por Antonio Barraza Crespo y que se llamaba Lorenza –con a- y que llegó con cuatro mujeres. “Tenemos un pasado acá de siglos, lo que nos arraiga mucho más a esta tierra”, sostiene Patricio.
Su madre Aurora es la propietaria de la casa y es la encargada de complacer a los comensales con las más deliciosas preparaciones, especialmente luego de que éstos aumentaran de 80 a 220 por fin de semana, tras la emisión un programa de televisión que contó sus anécdotas. “Si bien no estábamos preparados para un alza tan importante, el cariño de la gente nos incentiva a seguir. No nos podemos quejar, hemos tenido muchas visitas y estamos haciendo algo que nos gusta”, añade la señora Aurora.
Entre los principales platos que se encuentran en este local lleno de maderas naturales de la zona, está la cazuela de ave, cabrito a las finas hierbas, ternera campestre, empanadas de camarón de río, pan amasado y postres. Todo por menos de $5 mil.
“Con esta apuesta queremos devolver a Barraza todo lo que ha olvidado, resaltar sus valores patrimoniales, culturales e históricos”, asevera Patricio, quien en todo caso, espera emprender el vuelo antes que se consolide el local, pues sus 14 años fuera del país lo llaman a fortalecer ese espíritu patiperro, aunque siempre con su Barraza en el corazón.
LAZOS PRODUCTIVOS
En Cabildo Abierto no sólo se encuentra espacio para disfrutar de una de las mejores gastronomías del Limarí, sino que también para el emprendimiento. Es así como han formado lazos con dos organizaciones de artesanos Fénix y Morieh donde venden las más bellas manualidades. “Lo importante aquí es la asociatividad y la colaboración”, resalta Marta Rodríguez, quien trabaja junto a su marido Víctor Cid en esta última agrupación. “Nosotros estamos devolviendo la mano a jóvenes a quienes les enseñamos nuestro arte”, confirma Cid, quien se ha especializado en la piedra combarbalita. Ana Fuenzalida -de Fénix- trabaja con lapislázuli, plata nacional y piedra natura.
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