
Con un sol que despierta hasta al más trasnochado y con las frutas y verduras frescas, María Cárdenas nos pide un minuto para atender a una de sus clientes más antigua, la señora Alicia. Luego de haberle pesado un par de plátanos y unas naranjas nos dice cordialmente “qué va a llevar caserito”. Hay que explicarle que no se trata de una compra, sino que una consulta la que nos lleva hasta la feria de abastos de Coquimbo que, según los asiduos a este tipo de lugares, es la mejor de la región.
Y en vista del color de la mercadería, la diversidad, la atención y los precios, las recomendaciones no se quedan estrechas y se convierten en referentes a tomar en cuenta. Antes de irse, María Cárdenas le comenta a la señora Alicia la dificultad que han tenido algunos caseros para pagar. Tomando en cuenta el complejo panorama financiero por el que atraviesa el país, se hace más que entendible.
“La otra vez vino la señora Ana con su marido y tuvo que llevar menos acelgas porque no les alcanzó. Les dije que después me la pagaran, pero no quisieron”, precisa María a Alicia.
Distinto habría sido esa situación si hubiese ocurrido en un supermercado o un retailer, ya que en ambas instancias existe la posibilidad de pagar con tarjeta de crédito. El detestado dinero plástico que saca de apuros a ricos y a pobres.
Por ello, no deja de llamar la atención la experiencia que se ha implementado en la feria de Macul en la Región Metropolitana, donde su presidente Ricardo Vilches, ya sabe de los beneficios que le ha reportado utilizar esta técnica de pago diferido que evita el tradicional y nunca bien ponderado fiado.
Este personaje dentro del espectro feriante santiaguino manifestó que cada treinta días, el 15% de lo vendido lo hace a través de sistemas de cobro a plazo. Su apuesta le ha dado lucrativos efectos, a tal que se ufana de haber expendido una cantidad “considerable” hace dos meses. “Una vez me llegaron a comprar $88 mil”, asevera orgulloso. En todo caso, su labor de convencimiento a la clientela no ha estado ajena a derramar varias gotas de sudor, ya que “mucha gente cree que es un broma y le tengo que explicar que es de verdad, que me compran con tarjeta”, dice Vilches.
¿Es posible replicar este sistema de venta en las ferias regionales? Está claro que es más fácil plantear esta interrogante antes de que dependientes y usuarios se pongan de acuerdo, ya que hay muchas voces, y muy disonantes, con respecto al tema.
María Cárdenas, mientras despide con la mano alzada a su querida casera, la señora Alicia, nos comentó que no estaba tan segura de poder llevar a cabo este ambicioso plan. “Es complicado, porque trabajamos al aire libre y estas maquinitas se las pueden robar. Imagínese que tenemos problemas con las boletas, que se las sacan a menudo y no lo vamos a tener con estos aparatos”, sentencia.
No deja de tener razón, aunque en vista de la cantidad de morosos que tiene dentro de su libretita roja, bien valdría la pena analizarlo otra vez. Ella misma confiesa que en estos tiempos de vaivenes comerciales ha aumentado el número de caseritos que le pide las disculpas antes de solicitar sus productos. “He llegado a entregar mercadería gratis por montos que varían entre 12 mil y 15 mil pesos”, rememora.
En todo caso, esta experiencia que se ha acrecentado hace algunos meses, y que le ha permitido sentirse reconfortada por los agradecimientos de los compungidos compradores, también le ha generado ciertos resquemores.
“Me ha pasado con clientes de toda una vida que dejaron de venir para no pagarme el fiado. Perdí unos buenos pesos, pero siento mucho más el haberlos perdido, porque eran buenos compradores”, nos indica mientras echa un cuarto de aceitunas a una bolsa plástica.
EL PASO A LA MODERNIDAD
El presidente del sindicato de Ferias Libres de Coquimbo, Carlos Aguilera, atiende regularmente su negocio de confites de calle Henríquez en pleno centro de la ciudad puerto, aunque no se pierde de ninguna novedad de lo que sucede en el espacio de expendio colindante a la avenida Costanera. A este dirigente llegamos debido a que unos dependientes nos solicitaron hablar con él, pues es una voz consolidada dentro del espectro feriante.
A Aguilera le gusta hablar sin interrupciones, por lo que un llamado a su casa a la hora de almuerzo es el espacio ideal para conversar acerca de la implementación del dinero plástico. De inmediato nos comenta que para sobrevivir en cualquier rubro comercial hay que innovar y, por ende, antes que nos responda, queda más que claro su postura favorable.
“Lo hemos conversado con el 80% de los puestos de la feria de abastos y se han mostrado interesados en poder tener este sistema de cobros, incluso ya hemos realizado los contactos con una tienda comercial y un banco”, sostiene al otro lado de la línea.
Su rápida dicción es símbolo evidente de su convicción y la adrenalina que le significa enfrentar nuevos desafíos gremiales. “Lo vemos muy viable, pues ya existe la inquietud entre la gente para saber si las máquinas funcionan con pilas o no”, señala.
En todo caso, este dirigente no es el único que tiene una alta presencia en el sector, ya que una de las representaciones más poderosas es la que agrupa a los feriantes de San Juan –El Llano. Su presidenta, Norella Cangana, piensa absolutamente lo contrario que Carlos Aguilera.
“No estoy de acuerdo con adherir al pago con tarjetas, porque no tenemos el capital y viviríamos encalillados. Habría que esperar los pagos y ¿con qué seguimos comprando mercadería?”, pregunta con angustia.
Si bien Carlos Aguilera marca la diferencia entre uno y otro sindicato, pues sabe que el 60% de sus asociados posee capital propio, Cangana marca la diferencia, porque no son pocos los trabajadores que deben pagar a plazo los productos a los mayoristas. “Por ejemplo los martes andan muy pocas personas, por lo que no recibimos mucho. Nosotros vivimos el día a día y es muy difícil mantener esas tarjetas”, explica Norella.
LA VOZ DE QUIENES TIENEN LA RAZÓN
Si la distancia de posturas no se juntaron en ningún discurso de los feriantes, una situación similar ocurre con los usuarios que martes, jueves y domingo llegan hasta las ferias de abasto de La Serena y Coquimbo. Y es que dentro de este proceso modernizador donde Macul ya ha marcado un precedente, también los consumidores tienen derecho a voz. Por algo la máxima dice que siempre tienen la razón.
Raquel Aranda, que mientras conversa con nosotros se cubre de los fuertes rayos solares que a mediodía arrecian en contra de la humanidad de las poco más de cien personas que transitan por la feria de abastos de Coquimbo, le interesa la idea. “Es una buena oportunidad, ya que no se andaría con dinero, además que es necesario para quien no tiene efectivo. Yo que compro todos los días cuando hay feria, me serviría”, explica.
El tema de la seguridad es uno de los que más se repite a favor de dar cabida a este procedimiento de cobro. “Cada vez viene más gente joven a comprar, que pagan con puras tarjetas. No usan dinero por seguridad y porque les da lata pasar al cajero automático a sacar plata”, agrega Ricardo Vilches, el dependiente maculino.
Pero así como el resguardo se iza como el mejor de los fundamentos, también hay espacio para las conjeturas, ya que para la clientela más antigua no es tan fácil hacerla cambiar de parecer. Incluso en Macul, la a esta altura “feria modelo” en implementación de tarjetas de crédito, existen reparos y un severo apego al tradicionalismo.
“Persiste la desconfianza, además que los más viejitos prefieren pagar en efectivo”, expresa Vilches.
Pero la excepción a la regla se produce en Coquimbo, donde Adriana Santelices con sus bien llevados 60 años y que con esfuerzo lleva sobre sus muñecas una pesada bolsa azul con naranjas, es partidaria de darle espacio a compras con tarjetas. “Es ideal para quien no tiene plata y también para que no te roben. Se pueden comprar más cosas, cuando el presupuesto es escaso y tiene la comodidad de pagar con posterioridad. Me gustaría venir a comprar sin el dinero de verdad”, nos comenta antes de seguir su rumbo por el área de las verduras.
En todo caso, al igual que las cuantiosas cifras de endeudamiento que hace unos meses fueron dadas a conocer y donde los montos se empinaban por sobre un millón de millones en morosidad en los retailers, la preocupación por aumentar el consumo y asimismo las deudas, no se dejan esperar.
Frederick Hermann es un convencido que no hay mejor antídoto para evitar las deudas que cancelar con efectivo. “La gente que viene a la feria no es de tarjetas, sino que de dinero de verdad y muy limitado. Más vale pagar al contado y de inmediato para no salirse del presupuesto”, cuenta este inmigrante con un marcado acento árabe.Cerca de las dos de la tarde y tras una tranquila jornada ya van quedando pocos. María Cárdenas apila sus duraznos mientras uno de sus hijos le ayuda a subirlos a la camioneta, la decidida Norella ya se fue y Carlos está pronto a llegar a su negocio del centro. Se va otro día, aunque en 48 horas más deberán descargar las frutas y verduras para iniciar un nuevo y rutilante día en el que más allá de saber si les van a pagar en efectivo o no, esperan reunir los pesitos que les servirán para volver a madrugar y a seguir debatiendo sobre la conveniencia de implementar el polémico dinero plástico.
Y en vista del color de la mercadería, la diversidad, la atención y los precios, las recomendaciones no se quedan estrechas y se convierten en referentes a tomar en cuenta. Antes de irse, María Cárdenas le comenta a la señora Alicia la dificultad que han tenido algunos caseros para pagar. Tomando en cuenta el complejo panorama financiero por el que atraviesa el país, se hace más que entendible.
“La otra vez vino la señora Ana con su marido y tuvo que llevar menos acelgas porque no les alcanzó. Les dije que después me la pagaran, pero no quisieron”, precisa María a Alicia.
Distinto habría sido esa situación si hubiese ocurrido en un supermercado o un retailer, ya que en ambas instancias existe la posibilidad de pagar con tarjeta de crédito. El detestado dinero plástico que saca de apuros a ricos y a pobres.
Por ello, no deja de llamar la atención la experiencia que se ha implementado en la feria de Macul en la Región Metropolitana, donde su presidente Ricardo Vilches, ya sabe de los beneficios que le ha reportado utilizar esta técnica de pago diferido que evita el tradicional y nunca bien ponderado fiado.
Este personaje dentro del espectro feriante santiaguino manifestó que cada treinta días, el 15% de lo vendido lo hace a través de sistemas de cobro a plazo. Su apuesta le ha dado lucrativos efectos, a tal que se ufana de haber expendido una cantidad “considerable” hace dos meses. “Una vez me llegaron a comprar $88 mil”, asevera orgulloso. En todo caso, su labor de convencimiento a la clientela no ha estado ajena a derramar varias gotas de sudor, ya que “mucha gente cree que es un broma y le tengo que explicar que es de verdad, que me compran con tarjeta”, dice Vilches.
¿Es posible replicar este sistema de venta en las ferias regionales? Está claro que es más fácil plantear esta interrogante antes de que dependientes y usuarios se pongan de acuerdo, ya que hay muchas voces, y muy disonantes, con respecto al tema.
María Cárdenas, mientras despide con la mano alzada a su querida casera, la señora Alicia, nos comentó que no estaba tan segura de poder llevar a cabo este ambicioso plan. “Es complicado, porque trabajamos al aire libre y estas maquinitas se las pueden robar. Imagínese que tenemos problemas con las boletas, que se las sacan a menudo y no lo vamos a tener con estos aparatos”, sentencia.
No deja de tener razón, aunque en vista de la cantidad de morosos que tiene dentro de su libretita roja, bien valdría la pena analizarlo otra vez. Ella misma confiesa que en estos tiempos de vaivenes comerciales ha aumentado el número de caseritos que le pide las disculpas antes de solicitar sus productos. “He llegado a entregar mercadería gratis por montos que varían entre 12 mil y 15 mil pesos”, rememora.
En todo caso, esta experiencia que se ha acrecentado hace algunos meses, y que le ha permitido sentirse reconfortada por los agradecimientos de los compungidos compradores, también le ha generado ciertos resquemores.
“Me ha pasado con clientes de toda una vida que dejaron de venir para no pagarme el fiado. Perdí unos buenos pesos, pero siento mucho más el haberlos perdido, porque eran buenos compradores”, nos indica mientras echa un cuarto de aceitunas a una bolsa plástica.
EL PASO A LA MODERNIDAD
El presidente del sindicato de Ferias Libres de Coquimbo, Carlos Aguilera, atiende regularmente su negocio de confites de calle Henríquez en pleno centro de la ciudad puerto, aunque no se pierde de ninguna novedad de lo que sucede en el espacio de expendio colindante a la avenida Costanera. A este dirigente llegamos debido a que unos dependientes nos solicitaron hablar con él, pues es una voz consolidada dentro del espectro feriante.
A Aguilera le gusta hablar sin interrupciones, por lo que un llamado a su casa a la hora de almuerzo es el espacio ideal para conversar acerca de la implementación del dinero plástico. De inmediato nos comenta que para sobrevivir en cualquier rubro comercial hay que innovar y, por ende, antes que nos responda, queda más que claro su postura favorable.
“Lo hemos conversado con el 80% de los puestos de la feria de abastos y se han mostrado interesados en poder tener este sistema de cobros, incluso ya hemos realizado los contactos con una tienda comercial y un banco”, sostiene al otro lado de la línea.
Su rápida dicción es símbolo evidente de su convicción y la adrenalina que le significa enfrentar nuevos desafíos gremiales. “Lo vemos muy viable, pues ya existe la inquietud entre la gente para saber si las máquinas funcionan con pilas o no”, señala.
En todo caso, este dirigente no es el único que tiene una alta presencia en el sector, ya que una de las representaciones más poderosas es la que agrupa a los feriantes de San Juan –El Llano. Su presidenta, Norella Cangana, piensa absolutamente lo contrario que Carlos Aguilera.
“No estoy de acuerdo con adherir al pago con tarjetas, porque no tenemos el capital y viviríamos encalillados. Habría que esperar los pagos y ¿con qué seguimos comprando mercadería?”, pregunta con angustia.
Si bien Carlos Aguilera marca la diferencia entre uno y otro sindicato, pues sabe que el 60% de sus asociados posee capital propio, Cangana marca la diferencia, porque no son pocos los trabajadores que deben pagar a plazo los productos a los mayoristas. “Por ejemplo los martes andan muy pocas personas, por lo que no recibimos mucho. Nosotros vivimos el día a día y es muy difícil mantener esas tarjetas”, explica Norella.
LA VOZ DE QUIENES TIENEN LA RAZÓN
Si la distancia de posturas no se juntaron en ningún discurso de los feriantes, una situación similar ocurre con los usuarios que martes, jueves y domingo llegan hasta las ferias de abasto de La Serena y Coquimbo. Y es que dentro de este proceso modernizador donde Macul ya ha marcado un precedente, también los consumidores tienen derecho a voz. Por algo la máxima dice que siempre tienen la razón.
Raquel Aranda, que mientras conversa con nosotros se cubre de los fuertes rayos solares que a mediodía arrecian en contra de la humanidad de las poco más de cien personas que transitan por la feria de abastos de Coquimbo, le interesa la idea. “Es una buena oportunidad, ya que no se andaría con dinero, además que es necesario para quien no tiene efectivo. Yo que compro todos los días cuando hay feria, me serviría”, explica.
El tema de la seguridad es uno de los que más se repite a favor de dar cabida a este procedimiento de cobro. “Cada vez viene más gente joven a comprar, que pagan con puras tarjetas. No usan dinero por seguridad y porque les da lata pasar al cajero automático a sacar plata”, agrega Ricardo Vilches, el dependiente maculino.
Pero así como el resguardo se iza como el mejor de los fundamentos, también hay espacio para las conjeturas, ya que para la clientela más antigua no es tan fácil hacerla cambiar de parecer. Incluso en Macul, la a esta altura “feria modelo” en implementación de tarjetas de crédito, existen reparos y un severo apego al tradicionalismo.
“Persiste la desconfianza, además que los más viejitos prefieren pagar en efectivo”, expresa Vilches.
Pero la excepción a la regla se produce en Coquimbo, donde Adriana Santelices con sus bien llevados 60 años y que con esfuerzo lleva sobre sus muñecas una pesada bolsa azul con naranjas, es partidaria de darle espacio a compras con tarjetas. “Es ideal para quien no tiene plata y también para que no te roben. Se pueden comprar más cosas, cuando el presupuesto es escaso y tiene la comodidad de pagar con posterioridad. Me gustaría venir a comprar sin el dinero de verdad”, nos comenta antes de seguir su rumbo por el área de las verduras.
En todo caso, al igual que las cuantiosas cifras de endeudamiento que hace unos meses fueron dadas a conocer y donde los montos se empinaban por sobre un millón de millones en morosidad en los retailers, la preocupación por aumentar el consumo y asimismo las deudas, no se dejan esperar.
Frederick Hermann es un convencido que no hay mejor antídoto para evitar las deudas que cancelar con efectivo. “La gente que viene a la feria no es de tarjetas, sino que de dinero de verdad y muy limitado. Más vale pagar al contado y de inmediato para no salirse del presupuesto”, cuenta este inmigrante con un marcado acento árabe.Cerca de las dos de la tarde y tras una tranquila jornada ya van quedando pocos. María Cárdenas apila sus duraznos mientras uno de sus hijos le ayuda a subirlos a la camioneta, la decidida Norella ya se fue y Carlos está pronto a llegar a su negocio del centro. Se va otro día, aunque en 48 horas más deberán descargar las frutas y verduras para iniciar un nuevo y rutilante día en el que más allá de saber si les van a pagar en efectivo o no, esperan reunir los pesitos que les servirán para volver a madrugar y a seguir debatiendo sobre la conveniencia de implementar el polémico dinero plástico.