jueves, 2 de abril de 2009

Taller de alfarería Víctor Paz González: Confeccionando en tiempos modernos


Descalzo divagaba por los verdes predios de Pan de Azúcar, en Coquimbo, todos los fines de semana y donde la cercanía de sus padres era la mayor de las motivaciones para de lunes a viernes estudiar y rendir en el colegio. Víctor Paz González echaba de menos esta localidad agrícola donde nació a principios del siglo XX y donde tuvo los mejores años de su vida, cerca de los animales y de la calidez de sus padres, amigos y vecinos.
Y es que la vida en esos años era dura, por lo que no sólo le tocaba asumir estoico su estadía durante cinco días a la semana en el internado Escuela Hogar de la ciudad puerto, sino que no sabía que esa experiencia le serviría para destacarse y dejar como legado de vida un arte que hoy pocos logran dominar.
Pero vamos por parte, porque esta historia comienza en la década del treinta cuando el pequeño Víctor comenzó a conocer los distintos cursos de formación que impartía el establecimiento educacional y donde el objetivo era que los pequeños salieran sabiendo un oficio que les permitiera subsistir en una sociedad cada vez más competitiva. Ese era el deseo de sus padres, quienes -sin dudarlo- se esforzaron para enviarlo, pese a que estuviera lejos por tanto tiempo de su hogar.
La vida se encargaría de hacer coincidir encuentros que antes de la primera mitad del pasado siglo parecerían sólo de rutina y no tendrían por qué tener asidero en la vida de un niño que rozaba los 8 años. Pero el perfil vocacional de la Escuela Hogar lo hizo crecer y convencerse que por mucho que le gustaran los animales que sus padres cuidaban o levantarse temprano para cosechar el pequeño huerto que tenía en su patio, su destino productivo serían las manualidades.
Comenzó con cursos de talabartería y carpintería donde no lo hizo nada mal, pero fue el de alfarería el que le quitó el sueño. Su hijo, Víctor Paz Álvarez, recuerda que su padre siempre le comentaba su primera experiencia con la greda. “Se emocionaba y se le cristalizaban los ojos. Se notaba que le gustaba mucho lo que hacía”, sentencia.
Gran responsable que a don Víctor le apasionara esta ocupación fue su profesor de alfarería, quien siempre lo instó a que se dedicara, pues el talento le sobraba.
Esos años en el internado le sirvieron para prepararse al momento de tener que salir al mundo y sobrevivir en tiempos donde la agricultura seguía expandiéndose y el negocio minera se hacía más rentable, aunque el grado de especialización era cada vez mayor.

EL CAMPO EN SUS MANOS
Lejos de olvidar sus raíces agrícolas, este hombre quiso imponer un sello a sus creaciones, las que cada vez que presentaba generaban buenas críticas por la calidad del molde, las terminaciones y los detalles. Fue por esta razón que quiso hacer algo diferente. “Comenzó haciendo maceteros, por lo que mezcló su pasión agrícola con este nuevo oficio, lo que le dio una identidad a sus obras”, reconoce Víctor, su único retoño.
En 1961, este artista de la arcilla y el barro decide abrir un espacio donde dar abasto a los pedidos que le hacían. No fue fácil encontrar el lugar ideal, pero en esos años el sector de La Pampa era el más indicado. Y así fue. “Mi esposo y mi suegro hicieron posible que hoy ya tengamos más de 48 años de trabajo ininterrumpido”, aclara Érika Guines, administradora hace tres años del Taller Víctor Paz y esposa de Víctor hijo.
Precisamente este enlace tiene relación con los particulares encuentros explicitados al inicio de este reportaje, pues aquel maestro alfarero de la Escuela Hogar de Coquimbo era nada menos que el abuelo de Érika. “Acá hay una cadena, porque yo aprendí de mi abuelo, para que después don Víctor le traspasara ese conocimiento a mi esposo”, explica Érika.
Pero los tiempos tendrían un cambio sorpresivo en la vida de esta familia que crecía con el nacimiento de los primeros nietos de don Víctor, ya que la apertura de los mercados nacionales y por ende, regionales implicó que aquellos cuidados y únicos maceteros tuvieran un serio revés con la entrada del plástico. Víctor hijo es certero al retratar el panorama que les tocó asumir: “La llegada de plástico nos mató”, dice.
Pero los Paz no acusaron el golpe, sino que se motivaron para que, al igual que cuando se iniciaron, marcaran una diferencia.
Un día, al hijo de don Víctor le llega una revista que contenía una serie de diseños para trabajar y donde hubo uno que les llamó la atención. “Vi un farol que me pareció fácil de hacer. Ese fue el punto de partida de nuestra reconversión, la que teníamos que hacer o sino, era nuestro final”, afirma.
Fueron esas interminables jornadas las que llevaron a confeccionar los más bellos modelos de tinajas, animales, artefactos y máquinas.
Por los pasillos del taller han pasado ya cientos de personas que, atraídas por la exaltación de la cultura diaguita y molle, aprecia un pedazo de la historia de la Región de Coquimbo ante sus ojos.

EL VACÍO
Haciendo gala de un arte que pocos han podido igualar, el taller que cada vez albergaba a más interesados, debía hacer cambios. Uno de ellos fue la compra de maquinarias por un costo de $5 millones durante inicios del 2008. “Era la manera de mantenernos vigentes”, indica Érika Guines. Pero el paso de los años empezaba a pesar y eso lo sintió don Víctor a quien una rebelde enfermedad lo hizo alejarse temporalmente de la actividad. Fue su hijo Víctor y su esposa, Érika quienes se hicieron cargo.
Finalmente un templado día de noviembre dejó un vacío en cientos de vasijas, platos, ollas y vasos. Su creador, aquel niño que las enamoró en la década del treinta había partido. “Aprendí al igual que él, de manera innata, y fue ese valor el que marcó su vida, ya que nunca esperó alguna retribución por su conocimiento (…) Él estaba dispuesto a enseñar sin que nadie se lo pidiera”, rememora Víctor hijo con sus ojos humedecidos.
Érika agrega que “de los 25 años que llevo como alfarera he tenido grandes maestros como mi abuelo y mi suegro, quienes han inspirado cada una de mis creaciones”, comenta.

UNA VUELTECITA POR SAN JUAN
Tras la dolorosa partida del fundador de este clan y empresa familiar, las generaciones que aún se mantienen no desean que esta expresión artística muera, por lo que la innovación y la amplitud de su negocio son las nuevas metas.
Con esa convicción, Érika Guines viajó a San Juan, Argentina, a fines de enero con la delegación de la Región de Coquimbo que participó en la Fiesta Nacional del Sol. En esa oportunidad se reunió con algunos empresarios hoteleros para ver la opción de vender las creaciones.
Carlos Opaso, jefe de Serenactiva, está convencido que en la XVIII Reunión del Comité de Integración Paso Agua Negra que comienza mañana lunes y concluye el martes en San Juan, se consolidará la oferta local. “Esperamos cerrar acuerdos, pues dentro de esta cita hay una rueda de negocios, donde las opciones de estos emprendedores que han ampliado sus canales de distribución de las ferias a los hoteles, han crecido”, manifiesta.
Érika, una vez más representará allende Los Andes las particulares formas que tenían los pueblos originarios de exhibir sus cualidades, tal como después de la Gran Depresión materializó un chiquillo que no quiso olvidar su pasado, pero tampoco desaprovechar sus “dedos para el piano” y que hoy forma parte de los grandes exponentes de nuestra reciente, pero robusta historia.

ESPALDARAZO GREMIAL
En momentos donde la asociatividad juega un rol fundamental en la intensificación del abanico comercial, el taller Víctor Paz no está solo. Ello, luego que la Asociación de Empresarios Hoteleros y Gastronómicos (Hotelga) de la Región de Coquimbo impulsara una alianza estratégica con ellos, de manera de difundir los trabajos que realizan. “Queremos que se recobre parte de la historia regional, encarnada en la cultura diaguita y molle. Es importante que la artesanía se complemente con el turismo, así es que he hablado con algunos establecimientos para que algunos días a la semana, ojalá los más concurridos, se expongan las obras”, señaló su presidente Maximiliano Frigerio, quien avizora exposiciones en el valle de Elqui, Limarí y Choapa, además de la Avenida del Mar. “A los visitantes les gusta lo rústico y autóctono, por lo que hay que promover este arte”, añadió. Otro de los entes que ha apoyado a este centro ha sido el municipio de La Serena, donde su alcalde, Raúl Saldívar, enalteció el valor patrimonial. “Esta unión de fuerzas levanta la identidad local y extiende múltiples posibilidades de forjar cohesión de quehaceres del mundo comercial en sus distintos ámbitos”, finalizó.

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