
En el año 1945 la Segunda Guerra Mundial llegaba a su fin tras seis años de intensa lucha donde millones de hombres perdieron la vida, sentando el trágico precedente de la muerte en la nueva era humana.
Chile y San Antonio no habían quedado ajenos a las macabras noticias que llegaban desde el extranjero y que evidenciaban una lucha sin tregua en la que nuestro país tuvo que alinearse con el bando de los Aliados, es decir, Europa Occidental y Estados Unidos.
Pero la tragedia no sólo sería un luto para la humanidad, sino que también para aquel ya incipiente puerto de la Quinta Región, nuestro San Antonio querido que ya comenzaba a izarse entre los grandes de Latinoamérica.
Por aquellos años, mediados de la década del cuarenta, en el país se hacían enormes esfuerzos por salir del estancamiento mundial. Por eso ya se trazaban los primeros pasos de lo que hoy se conoce como la Corporación de Fomento de la Producción (CORFO).
Nuestro San Antonio, con algo más de 17 mil habitantes trataba por medio de la pesca artesanal, la creciente actividad portuaria y por sobre todo, el comercio local abstraerse de los pormenores que habían hecho del año 1945, uno de los más difíciles de la presente centuria.
Sin embargo, aquel 1945 pronto se fue y dio paso a un 1946 lleno de esperanza, desde donde se intentaba sentar los cimientos de una nueva época, donde los hombres encontrarían la paz, donde el comercio sería el puntal del desarrollo, el turismo una fuente importante de ingreso, la pesca una oportunidad para los más arriesgados y el puerto un gigante dormido, pero que tarde o temprano despertaría de su letargo.
Aquel año hubo ciertos hechos como que la administración del gobierno radical de Gabriel González Videla perseguía al Partido Comunista y lo instalaba como una colectividad fuera de la ley. Asimismo, las mujeres cada vez más lograban posicionarse dentro de la sociedad, educándose e instruyéndose para estar a la par con los hombres
En nuestra ciudad, la tranquilidad de los sectores aledaños a la plaza de armas, donde cada tarde se tejía una nueva historia de vida, se entremezclaba con la revolucionada avenida Centenario con los emporios ofreciendo desde charlones hasta cremalleras de distintos colores, lo que impedían que la vida de la época se volviese tediosa.
De las muchas familias que por aquellos años formaban la vida social del sector d Llo Lleo, se encontraban los Kifafi. No obstante, ¿Quiénes eran los Kifafi?
Este enigmático clan familiar es uno de los más tradicionales de San Antonio, pues se han dedicado por años al comercio, precisamente en Llo Lleo. Pero la historia de esta familia da un vuelco evidente el 1 de noviembre de 1946.
Los Kifafi era un familia numerosa, pero quienes destacaban eran los más pequeños Alí, Abdelfacta y Jalil, quienes acostumbraban a hacer suyas las tierrosas calles de la década del cuarenta.
Según los vecinos de aquellos años, estos tres hermanos eran inseparables y muy unidos. Esto, porque el resto de la familia se dedicaba casi por completo a la actividad de compra y venta de productos. En tanto los mayores no los tomaban en cuenta. Por ende este trío, hacía travesuras cada vez que podía.
La tarde del 31 de octubre de 1946, a eso de las 17 horas, Alí, Abdelfacta y Jalil se juntaron con unos amigos mayores, quienes le hicieron una apuesta: nadar por el temido Estero San Pedro. No obstante, de inmediato uno de los hermanos Kifafi se encargó de poner paños fríos abortando la acción: ninguno de los tres sabía nadar.
Pero, la “amabilidad” de uno de los muchachones fue más fuerte, ya que les enseñarían al otro día en el mismo Estero San Pedro. Los Kifafi aceptaron sin reparos.
Muy temprano, ese primer día de noviembre, la familia Kifafi amaneció y comenzó los preparativos para visitar a sus abuelos en el Cementerio Parroquial, ubicado en la parte alta e la ciudad. Sin embargo, los más pequeños: Alí, Abdelfacta y Jalil se negaron a ir, aduciendo que debían disputar un partido de fútbol. Sus padres, Elías Kifafi y Guillermina Álvarez, ni se inmutaron ante lo que consideraron una nueva pataleta de los niños.
Tres y media de la tarde y la casa de los Kifafi en pleno centro de Llo Lleo estaba sólo habitada por los tres niños. Nadie más, nadie quien pudiese detener la génesis de aquella trágica jornada.
Cerca de media hora después los tres hermanos salieron desde su hogar para juntarse con los tres amigos mayores. Además de la pelota llevaban sus trajes de baño escondidos entre sus ropas.
El Estero San Pedro se veía imponente, pocas casas lo circundaban y mucho menos personas pasaban por lugar. Seis seres comenzarían de esta manera a escribir uno de los sucesos más impactantes que tenga recuerdo la provincia de San Antonio.
Mientras los muchachos mayores observaban en la orilla del estero, Alí, quien tenía apenas 7 años, se lanzó para ver cuánto aguantaba flotando. Cinco minutos pasaron y el niño parecía un experto en el agua. Hasta los amigos les sorprendió su capacidad de manejo en el estero.
Pero de un instante a otro, Alí, comenzó a sentirse mal, a tragar agua, a acalambrarse, a no moverse, a gritar, a sollozar y a hundirse. Abdelfacta, el más pequeño de los tres con 5 años, quiso tirarse al agua, pero Jalil de 9, lo hizo primero.
El resultado: el peor de los escenarios. Tanto Jalil como Alí, poco a poco se sumergieron irremediablemente en las fangosas aguas del Estero San Pedro. Al ver esto los tres amigos se dieron a la fuga. Abdelfacta, quien a pesar de ser uno de los menores de la familia (sólo su hermana Fátima de 6 y otra de 3, le seguían), siempre fue osado y no dudó un instante en ir en rescate de sus hermanos.
Cinco de la tarde de aquel 1 de noviembre y el cuerpo de los tres niños, Abdelfacta de 5, Alí de 7 y Jalil de 9 flotaban en lo que sería su última morada en vida.
La noticia rápidamente se difundió entre las personas que pasaban por el lugar. Los Kifafi eran muy conocidos, por lo que no costó mucho identificarlos y darle inmediato aviso a sus padres.
La tragedia se apoderó de todo San Antonio. Uno de los clanes familiares más tradicionales había sido presa de un fatal accidente en uno de los esteros que a menudo causaba problemas de inundaciones en las poblaciones aledañas.
Los funerales de los menores se llevaron a cabo dos días después y casi todos los sanantoninos, quizás por los dramáticos hechos acaecidos y por las consecuencias fatales, colmaron el Cementerio Parroquial aquella fría tarde primaveral.
El comienzo de la verdadera leyenda
Martes 28 de noviembre de 1946. Un agricultor de Tejas Verdes sale a buscar a algunos de sus animales, los que habían estado todo el día pastando. Como buen conocedor del campo y de sus pertenencias, este hombre se da cuenta de que le faltan dos cabritos que recién habían nacido. No les da importancia confiado que llegarán al otro día, pues como caminaban poco, estarían cerca del predio.
Miércoles 29 de noviembre de 1946. Este campesino de quien sólo se conoce su apellido, Márquez, inicia una nueva búsqueda de los animales. Cerca de la playa de Llo Lleo avista unos bultos tirados en el suelo. Márquez se imagina que es ropa, por lo que se acerca para ver en qué estado se encuentran.
Su sorpresa es gigantesca cuando se da cuenta que eran sus dos cabritos recién nacidos quienes yacían si vida en la arena llolleína. Lo raro es que no presentaban ninguna herida, sólo dos pequeños agujeros en sus cuellos.
Así avanzaron los días, las semanas y los meses y más animales aparecían muertos. Curiosamente eran siempre en el mismo sector: entre el Estero San Pedro y la playa de Llo Lleo.
Así comenzaron las suspicacias por parte de los vecinos, quienes aprovechando la conjetura de la muerte de los Kifafi, los culpabilizaron de salir de sus tumbas y chuparles la sangre a los animales. Para todo San Antonio, los Kifafi habían pasado de ser unos inocentes niños muertos por inmersión a unos sangrientos y aterradores vampiros.
La familia, obviamente no dio lugar a los acontecimientos, pues era ilógico que en pleno siglo XX se hablase aún se seres bebedores de sangres. Pero debido a la efervescencia dada en la época y la presión ejercida por la misma familia hacia los padres de Alí, Jalil y Abdelfacta, don Elías y doña Guillermina, aceptaron exhumar los cuerpos de sus pequeños hijos.
Luego de realizados los procedimientos, toda la ciudad se enteró de lo que para muchos eran pruebas irrefutables que los Kifafi salían por las noches a matar animales: sus cabellos estaban más largos, al igual que sus uñas y sus dientes más aguzados. Además sus zapatos estaban gastados en las suelas.
Se inició con ello una suerte de caza de brujas con toda la familia. Los Kifafi debieron recluirse en su hogar de Llo Lleo para no ser objeto de golpes ni ataques por parte de los enardecidos sanantoninos que creían que toda la familia era vampiro.
La noticia trascendió las fronteras de nuestro puerto y eran decenas los periodistas de la época que hacían guardia día y noche en las afueras del Cementerio Parroquial para captar el instante exacto cuando los niños salieran de sus tumbas.
Incluso se desarrollaron romerías desde la Caleta Pacheco Altamirano y la plaza de armas de San Antonio para ir en busca de los vampiros asesinos que atemorizaban a las personas y mataban animales.
Eñ 31 de octubre del 2006 se cumplieron sesenta años desde la muerte de Alí, Abdelfacta y Jalil y su presencia entre los sanantoninos parece incrementarse, pues a menudo rondan los rumores que en la playa de Llo Lleo y en los bosques cercanos al Estero San Pedro se pasean tres niños, con sus atuendos negros, sus zapatos gastados, sus cabellos largos y sus dientes afilados, por las frías noches que acompañan una historia que lejos de disiparse está más presente que nunca.
Especialmente porque hoy es muy probable que cuando alguien divague por el sitio donde encontraron la muerte los menores, se encuentre cara a cara con la leyenda más sombría e intrigante de San Antonio.
Chile y San Antonio no habían quedado ajenos a las macabras noticias que llegaban desde el extranjero y que evidenciaban una lucha sin tregua en la que nuestro país tuvo que alinearse con el bando de los Aliados, es decir, Europa Occidental y Estados Unidos.
Pero la tragedia no sólo sería un luto para la humanidad, sino que también para aquel ya incipiente puerto de la Quinta Región, nuestro San Antonio querido que ya comenzaba a izarse entre los grandes de Latinoamérica.
Por aquellos años, mediados de la década del cuarenta, en el país se hacían enormes esfuerzos por salir del estancamiento mundial. Por eso ya se trazaban los primeros pasos de lo que hoy se conoce como la Corporación de Fomento de la Producción (CORFO).
Nuestro San Antonio, con algo más de 17 mil habitantes trataba por medio de la pesca artesanal, la creciente actividad portuaria y por sobre todo, el comercio local abstraerse de los pormenores que habían hecho del año 1945, uno de los más difíciles de la presente centuria.
Sin embargo, aquel 1945 pronto se fue y dio paso a un 1946 lleno de esperanza, desde donde se intentaba sentar los cimientos de una nueva época, donde los hombres encontrarían la paz, donde el comercio sería el puntal del desarrollo, el turismo una fuente importante de ingreso, la pesca una oportunidad para los más arriesgados y el puerto un gigante dormido, pero que tarde o temprano despertaría de su letargo.
Aquel año hubo ciertos hechos como que la administración del gobierno radical de Gabriel González Videla perseguía al Partido Comunista y lo instalaba como una colectividad fuera de la ley. Asimismo, las mujeres cada vez más lograban posicionarse dentro de la sociedad, educándose e instruyéndose para estar a la par con los hombres
En nuestra ciudad, la tranquilidad de los sectores aledaños a la plaza de armas, donde cada tarde se tejía una nueva historia de vida, se entremezclaba con la revolucionada avenida Centenario con los emporios ofreciendo desde charlones hasta cremalleras de distintos colores, lo que impedían que la vida de la época se volviese tediosa.
De las muchas familias que por aquellos años formaban la vida social del sector d Llo Lleo, se encontraban los Kifafi. No obstante, ¿Quiénes eran los Kifafi?
Este enigmático clan familiar es uno de los más tradicionales de San Antonio, pues se han dedicado por años al comercio, precisamente en Llo Lleo. Pero la historia de esta familia da un vuelco evidente el 1 de noviembre de 1946.
Los Kifafi era un familia numerosa, pero quienes destacaban eran los más pequeños Alí, Abdelfacta y Jalil, quienes acostumbraban a hacer suyas las tierrosas calles de la década del cuarenta.
Según los vecinos de aquellos años, estos tres hermanos eran inseparables y muy unidos. Esto, porque el resto de la familia se dedicaba casi por completo a la actividad de compra y venta de productos. En tanto los mayores no los tomaban en cuenta. Por ende este trío, hacía travesuras cada vez que podía.
La tarde del 31 de octubre de 1946, a eso de las 17 horas, Alí, Abdelfacta y Jalil se juntaron con unos amigos mayores, quienes le hicieron una apuesta: nadar por el temido Estero San Pedro. No obstante, de inmediato uno de los hermanos Kifafi se encargó de poner paños fríos abortando la acción: ninguno de los tres sabía nadar.
Pero, la “amabilidad” de uno de los muchachones fue más fuerte, ya que les enseñarían al otro día en el mismo Estero San Pedro. Los Kifafi aceptaron sin reparos.
Muy temprano, ese primer día de noviembre, la familia Kifafi amaneció y comenzó los preparativos para visitar a sus abuelos en el Cementerio Parroquial, ubicado en la parte alta e la ciudad. Sin embargo, los más pequeños: Alí, Abdelfacta y Jalil se negaron a ir, aduciendo que debían disputar un partido de fútbol. Sus padres, Elías Kifafi y Guillermina Álvarez, ni se inmutaron ante lo que consideraron una nueva pataleta de los niños.
Tres y media de la tarde y la casa de los Kifafi en pleno centro de Llo Lleo estaba sólo habitada por los tres niños. Nadie más, nadie quien pudiese detener la génesis de aquella trágica jornada.
Cerca de media hora después los tres hermanos salieron desde su hogar para juntarse con los tres amigos mayores. Además de la pelota llevaban sus trajes de baño escondidos entre sus ropas.
El Estero San Pedro se veía imponente, pocas casas lo circundaban y mucho menos personas pasaban por lugar. Seis seres comenzarían de esta manera a escribir uno de los sucesos más impactantes que tenga recuerdo la provincia de San Antonio.
Mientras los muchachos mayores observaban en la orilla del estero, Alí, quien tenía apenas 7 años, se lanzó para ver cuánto aguantaba flotando. Cinco minutos pasaron y el niño parecía un experto en el agua. Hasta los amigos les sorprendió su capacidad de manejo en el estero.
Pero de un instante a otro, Alí, comenzó a sentirse mal, a tragar agua, a acalambrarse, a no moverse, a gritar, a sollozar y a hundirse. Abdelfacta, el más pequeño de los tres con 5 años, quiso tirarse al agua, pero Jalil de 9, lo hizo primero.
El resultado: el peor de los escenarios. Tanto Jalil como Alí, poco a poco se sumergieron irremediablemente en las fangosas aguas del Estero San Pedro. Al ver esto los tres amigos se dieron a la fuga. Abdelfacta, quien a pesar de ser uno de los menores de la familia (sólo su hermana Fátima de 6 y otra de 3, le seguían), siempre fue osado y no dudó un instante en ir en rescate de sus hermanos.
Cinco de la tarde de aquel 1 de noviembre y el cuerpo de los tres niños, Abdelfacta de 5, Alí de 7 y Jalil de 9 flotaban en lo que sería su última morada en vida.
La noticia rápidamente se difundió entre las personas que pasaban por el lugar. Los Kifafi eran muy conocidos, por lo que no costó mucho identificarlos y darle inmediato aviso a sus padres.
La tragedia se apoderó de todo San Antonio. Uno de los clanes familiares más tradicionales había sido presa de un fatal accidente en uno de los esteros que a menudo causaba problemas de inundaciones en las poblaciones aledañas.
Los funerales de los menores se llevaron a cabo dos días después y casi todos los sanantoninos, quizás por los dramáticos hechos acaecidos y por las consecuencias fatales, colmaron el Cementerio Parroquial aquella fría tarde primaveral.
El comienzo de la verdadera leyenda
Martes 28 de noviembre de 1946. Un agricultor de Tejas Verdes sale a buscar a algunos de sus animales, los que habían estado todo el día pastando. Como buen conocedor del campo y de sus pertenencias, este hombre se da cuenta de que le faltan dos cabritos que recién habían nacido. No les da importancia confiado que llegarán al otro día, pues como caminaban poco, estarían cerca del predio.
Miércoles 29 de noviembre de 1946. Este campesino de quien sólo se conoce su apellido, Márquez, inicia una nueva búsqueda de los animales. Cerca de la playa de Llo Lleo avista unos bultos tirados en el suelo. Márquez se imagina que es ropa, por lo que se acerca para ver en qué estado se encuentran.
Su sorpresa es gigantesca cuando se da cuenta que eran sus dos cabritos recién nacidos quienes yacían si vida en la arena llolleína. Lo raro es que no presentaban ninguna herida, sólo dos pequeños agujeros en sus cuellos.
Así avanzaron los días, las semanas y los meses y más animales aparecían muertos. Curiosamente eran siempre en el mismo sector: entre el Estero San Pedro y la playa de Llo Lleo.
Así comenzaron las suspicacias por parte de los vecinos, quienes aprovechando la conjetura de la muerte de los Kifafi, los culpabilizaron de salir de sus tumbas y chuparles la sangre a los animales. Para todo San Antonio, los Kifafi habían pasado de ser unos inocentes niños muertos por inmersión a unos sangrientos y aterradores vampiros.
La familia, obviamente no dio lugar a los acontecimientos, pues era ilógico que en pleno siglo XX se hablase aún se seres bebedores de sangres. Pero debido a la efervescencia dada en la época y la presión ejercida por la misma familia hacia los padres de Alí, Jalil y Abdelfacta, don Elías y doña Guillermina, aceptaron exhumar los cuerpos de sus pequeños hijos.
Luego de realizados los procedimientos, toda la ciudad se enteró de lo que para muchos eran pruebas irrefutables que los Kifafi salían por las noches a matar animales: sus cabellos estaban más largos, al igual que sus uñas y sus dientes más aguzados. Además sus zapatos estaban gastados en las suelas.
Se inició con ello una suerte de caza de brujas con toda la familia. Los Kifafi debieron recluirse en su hogar de Llo Lleo para no ser objeto de golpes ni ataques por parte de los enardecidos sanantoninos que creían que toda la familia era vampiro.
La noticia trascendió las fronteras de nuestro puerto y eran decenas los periodistas de la época que hacían guardia día y noche en las afueras del Cementerio Parroquial para captar el instante exacto cuando los niños salieran de sus tumbas.
Incluso se desarrollaron romerías desde la Caleta Pacheco Altamirano y la plaza de armas de San Antonio para ir en busca de los vampiros asesinos que atemorizaban a las personas y mataban animales.
Eñ 31 de octubre del 2006 se cumplieron sesenta años desde la muerte de Alí, Abdelfacta y Jalil y su presencia entre los sanantoninos parece incrementarse, pues a menudo rondan los rumores que en la playa de Llo Lleo y en los bosques cercanos al Estero San Pedro se pasean tres niños, con sus atuendos negros, sus zapatos gastados, sus cabellos largos y sus dientes afilados, por las frías noches que acompañan una historia que lejos de disiparse está más presente que nunca.
Especialmente porque hoy es muy probable que cuando alguien divague por el sitio donde encontraron la muerte los menores, se encuentre cara a cara con la leyenda más sombría e intrigante de San Antonio.