viernes, 13 de febrero de 2009

Capel abre su corazón al valle de Elqui


Todavía recuerdo cuando desperté aquella madrugada a inicios de los noventa. Durante la noche había estado viendo una película en algún canal nacional y en vista de mi pesado sueño yacía durmiendo sin que siquiera un el volumen del aparato pudiese mermar mi letargo. Pero era tarde, bien tarde en realidad y el calor de verano me comenzó a sofocar.
Abrí un ojo y percibí a través de él una imagen cobriza que se mezclaba con tonos muy verdosos para dar paso después a un rojo intenso que me hizo abrir el otro ojo. La música era la mejor de las acompañantes para aquel spot publicitario que me marcó y que recuerdo como si fuera ayer.
La noche siguiente intenté no dormirme para poder ver completo de qué se trataba. No fue fácil vencer el cansancio de un agitado día en la calle, pero lo logré. Creo que pocas veces me ha marcado tanto un comercial. Por lo general no me gusta mucho la publicidad, pero éste me deslumbró.
¿Cómo olvidar ese imponente cerro café claro que ni siquiera era capaz de hacerle mella a un sol radiante que impactaba en un suelo pastoso? Después me di cuenta que se trataba de viñas. Sí, las mismas que tenía en el patio de mi casa en San Antonio, aunque más grandes, frondosas y productivas.
No necesité preguntarle a mi mamá de qué se trataba el spot ni menos a dónde apuntaba. Sin ser bebedor, aquella frase “Capel, el auténtico pisco del valle de Elqui”, me trastocó. Cómo era posible que a más de 700 kilómetros me identificara con un lugar que no había conocido jamás. Pero era mi lugar, mi espacio, aunque todavía no era mi tiempo de conocerlo.
Desde ese instante, cada vez que veía después de las noticias de medianoche aquellas imágenes, entendía que la conjunción de tonos me maravillaba. Así como a muchos.

LA LLEGADA
Debo ser sincero, físicamente jamás estuve cerca de conocer el enigmático valle de Elqui o parte de esta región acogedora, cálida, de oportunidades y con mucho potencial. Pero espiritualmente, dentro de mi sensibilidad y mis anhelos, siempre se me pasaba por la mente y especialmente por el corazón, estar acá.
Debo reconocer que llevo sólo 14 meses en este suelo que me atrapa y no deja irme por mucho tiempo. Pero gran parte de esos intensos lazos los creé sin saber jamás que estaría acá.
Pero sigamos con el interesante valle de Elqui, aquel de las parras lindas, de las uvas escondidas, del agua cristalina de un enjuto río Elqui que alimenta extensos terrenos y de un embalse Puclaro que me sobrecoge.
Como les decía sólo tengo un año y dos meses en La Serena y la semana pasada conocí uno de los sitios con el que soñé muchas veces. Y es que Vicuña no sólo debe jactarse de haber tenido a una Premio Nobel, sino que también a una de las empresas que mayor impacto ha generado en la región.
Aquella Cooperativa Agrícola Pisquera Elqui Limitada (Capel) me abrió sus puertas para conocer su historia, aquella que yo imaginaba cada vez que veía ese comercial maravilloso que busco y busco en internet, pero aún no lo encuentro. O que quizás, no deseo encontrar.
Poder dimensionar el color rojo intenso con el que me crié me resultó muy difícil. Y es que cada rincón está hecho para que recordemos y llevemos para siempre un pedazo de esa historia que hizo único a este valle.
Mientras avanzo ya me siento un vicuñense más -o elquino como les gustan que les digan-, orgulloso de su empresa querida que enlaza sus procesos con más de 1.300 productores. Resulta peculiar ver cavas gigantes que han sido dadas de baja, pero que hoy albergan la creatividad de cinco artesanos. Cuando entro a uno de ellos, siento inmediatamente ese olor a madera que condensa aquel brebaje que ha hecho soñar a algunos, inspirarse a muchos y pasar vergüenza a otros.
Rápidamente la guía nos lleva en dirección a la planta que luce inmensa y esperando los primeros racimos de uva para ser molidas en lo que se denomina la primera etapa.

LOS SECRETOS
Antes de interiorizarnos en el tema, Angélica, nuestra guía, nos devela parte de los secretos de esta empresa que se constituyó como cooperativa en 1938. “Son tres: El sol, la falta de agua y el rizotrón”. ¿Qué cosa?, le pregunto. Sin responderme verbalmente saca unas tapas que están justo debajo de un patronal que contiene las más importantes variedades de uva, principalmente Moscatel (de Alejandría y Austria), Pedro Jiménez y Torontel.
“El rizotrón es una cámara que contempla la raíz de la parra y permite ver en qué condiciones se encuentra el suelo. Mientras más seco sea, mejor calidad tendrá la uva”, dice con su voz parsimoniosa. Lo ideal es que el sol no llegue a la raíz, sino que sólo se concentre en la parra, me explica más tarde.
Tras eso pasamos a la primera de las fases productivas donde Capel elabora su pisco. Partimos por la etapa de recepción y molienda, donde surge imponente una especie de taladro gigante que determina el nivel y calidad de la uva. Es la prueba de calidad.
La idea es que la fruta esté entre 10 y 15 días fermentándose, para ello se deposita en cubas, cuya capacidad oscila entre 50 a 100 mil litros. He aquí el segundo paso.
La tercera consiste en el destilado. Me detengo y aflora mi inquietud periodística. Angélica me enseña el alambique, una especie de tubo donde se hierve el vino hasta los 85º. Curiosamente, aquí me doy cuenta de la importancia del cobre, pues de no ser por este metal, sería imposible hervir hasta esa temperatura. Además en este proceso, la agricultura y la minería se hermanan, por lo menos durante las 10 horas que demora en llegar hasta su punto de ebullición.
Después de eso se obtiene pisco puro, pues se separa el alcohol que hierve.

ENVEJECIMIENTO
La cuarta fase productiva del vino se da con las cavas o barriles, los que permiten que el licor envejezca y adquiera ese olor y sabor a madera. Pero dependerá de qué tipo de madera sea, pues no da lo mismo. Angélica me repite una y otra vez que hay dos tipos: Raulí y roble americano. Y vaya que tienen diferencias.
En esta etapa de guarda, Capel espera para sus piscos puros cerca de 4 meses antes de pasarlos al siguiente paso, mientras que Artesanos del Cochiguaz, empresa asociada, lo hace en seis. La razón es que este último tiene un mayor grado de elaboración, lo que permite que su valor en el mercado sea un poco más alto.
Es así como Capel prefiere para sus productos sabores más duros, menos aromáticos y ostensiblemente más blancos. Por lo que su inclinación es por el raulí, a diferencia de otros licores más oscuros que necesitan del roble americano.
A esa altura ese olor ya había impregnado mi espíritu, era el auténtico olor del valle del Elqui y yo era parte de él.

EL ÚLTIMO PASO
Después de pasearme por cada una de los grandes salones, no pasa desapercibida la importancia de dar consistencia a un estilo de vida, en este caso de producción y turismo. Cada centímetro de piso, de muralla y de escala es de madera. ¿Y adivinen de dónde la obtienen? Exacto, de las barricas que ya cumplieron con su vida útil. Este reservorio del pisco ha logrado trastocar mi visión de industria donde abundaba el fierro, el acero y el plástico.
Llegar al área de embotellado, la última fase de elaboración, es la conjunción de la modernidad con un estilo único de trabajo. De aquellos pisqueros artesanales que depositaban el líquido en cada botellita de menos de 300 cc. Hoy son más de 18 mil cajas de Capel que salen al día y 5 mil de Artesanos del Cochiguaz.
Si bien el recorrido de una hora terminó, falta conocer cómo se formó la cooperativa. Para ello, el museo es el lugar ideal. Pero atentos. Antes de bajar respiren muy bien porque en el lugar el olor a alcohol impregna la nariz, recomienda Angélica.
Antes de entrar, el salón de eventos alberga diez pinturas que serán parte de una exhibición que comenzará el 17 de febrero. “Será una muestra que durará hasta el 9 de diciembre”, comenta Sonia Alfaro, supervisora del parque.
Ella misma reconoce que los $200 millones que a empresa invirtió en remodelar el lugar, ampliar los servicios sanitarios e instalar una cafetería, han permitido que 500 personas al día lleguen en enero y 600 cada 24 horas en febrero. “Ha sido todo un éxito la recepción de la gente, hemos tenido un peak de 749 visitas (…) Les gusta impregnarse de esta historia”, dice.
Historia que comienzo a conocer en un lugar lúgubre, pero que con las luces me devuelven a las estancias y bares parisinos de fines del 1800, donde una copa de vino representaba el mejor de los acompañamientos en aquellas madrugadas de acordeón y luna llena.
Resulta conmovedor darse cuenta que el modelo artesanal sentó las bases de lo que hoy es nuestro licor nacional. El embotellado se hacía manual y con surte lograban hacer dos. Distinta tarea era el compresor que sacaba el aire. Para qué decir del etiquetado.
El descender al museo permite que aquellos sueños, esfuerzos y largas jornadas lleguen como el mejor de los obsequios.Salgo revitalizado porque retrocedí en el tiempo. Aquel cerro inmenso que veía en la televisión, ahora me parece diminuto, el verdor no logra ser tan fuerte como el que tengo frente a mis ojos o aquellas parras no tiene ese color rosado tratando de ganarle espacio a la madera. No, porque es otro mundo y lo pude percibir. Creo que el comercial sólo quedó como un lindo recuerdo, pues debo estar satisfecho porque, al fin, conocí el auténtico valle de Elqui.

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